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Decidir con inteligencia sobre la IA

Decidir con inteligencia sobre la IA

Decidir con inteligencia: el verdadero desafío de la Inteligencia Artificial

Carlos Castañeda M., Responsable de Preventa y Desarrollo de Negocio de Serval Networks

 

Estamos siendo testigos de la primera gran revolución tecnológica del siglo XXI, un cambio de alcance histórico comparable al que, en su momento, generaron inventos como la imprenta o la máquina de vapor. La Inteligencia Artificial (IA) se sitúa en el centro de esta transformación, con un potencial inmenso para mejorar la vida de las personas en ámbitos tan diversos como la educación, la medicina, la ciencia o la industria.

Sin embargo, lejos de aprovechar adecuadamente todo su potencial, nos hemos embarcado en una paradoja inquietante, en la que el relato dominante gira en torno al miedo: temor a perder el control, a ser reemplazados por máquinas o a enfrentar un futuro incierto. En este clima de fatalismo digital, es urgente realizar una reflexión serena, no tanto acerca de lo que la IA puede hacer por sí misma, sino sobre lo que nosotros estamos dispuestos a lograr con ella.

Su valor y riesgo

Por asombroso que resulte, la inteligencia artificial no es una mente autónoma, sino una herramienta cuyo valor -y riesgo- depende de quién la utilice y con qué propósito. La IA no piensa, no siente, no desea... es, en esencia, un conjunto de algoritmos que ejecutan instrucciones diseñadas por seres humanos, por más complejas que estas sean. Por eso, más que temerla, deberíamos prestar atención a las intenciones y decisiones de quienes la desarrollan y manejan. Como un cuchillo afilado, la IA puede utilizarse para cortar materiales o para causar daño, todo depende de quien la empuñe.

Y aquí es donde entra la responsabilidad compartida: empresas, gobiernos, académicos, tecnólogos y ciudadanos debemos repensar el contrato social de esta nueva era. Regular no significa frenar el avance, sino orientarlo. Educar no supone domesticar, sino empoderar. Precisamos una alfabetización digital que trascienda el saber programar e incluya pensamiento crítico, ética tecnológica y conciencia del impacto social.

La IA es el centro del huracán porque nos obliga a mirarnos en el espejo. Lo que nos inquieta no es que una máquina sea “inteligente”, sino que nuestra inteligencia, decisiones y estructuras se revelen como limitadas, sesgadas, injustas o ineficientes. La IA pone al descubierto la desigualdad en los datos, la fragilidad de nuestras normas, la opacidad de muchos procesos que creíamos justos. En ese sentido, es también una oportunidad de revisión y mejora.

En consecuencia, la Inteligencia Artificial no debe percibirse como una amenaza inevitable, sino como un espejo que refleja nuestras decisiones, valores y prioridades. Si permitimos que la narrativa de la sustitución arrase con el propósito de mejora, habremos perdido el norte ético y social de la innovación. 

Es importante no caer en la tentación de prohibir o frenar por miedo, tampoco en la ingenuidad de celebrarlo todo por moda o marketing. Se requiere una ética activa, una gobernanza participativa y una visión que sitúe la tecnología al servicio de una vida digna. Porque, como decíamos al principio, el verdadero progreso no depende de las capacidades de la tecnología, sino de lo que las personas eligen hacer con ella. ¡Decidamos bien!


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