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El caso Volkswagen y la paradoja de la opacidad de Internet de las Cosas

El caso Volkswagen y la paradoja de la opacidad de Internet de las Cosas

En varias ocasiones hemos hablado de los pros pero también de los contras de un mundo cada vez más acostumbrado a la existencia de objetos conectados y regidos por software inteligente. El caso del escándalo de Volkswagen y la manipulación de los datos de emisiones de sus coches mediante un programa informático sirve de ejemplo para replantear una vez más el tema.

El problema muchas veces viene de cuál debe ser el tipo de software instalado en los productos: de código abierto o cerrado. Aquí es donde se produce la paradoja apuntada en el titular del artículo: Si es código abierto cualquiera podría manipularlo ilícitamente para su interés; Pero si es cerrado es más complicado inspeccionarlo por las autoridades, y entonces son los propios fabricantes los que podrían cometer la ilegalidad, como en el caso Volkswagen. Hasta tal punto es así, que de hecho la propia autoridad estadounidense encargada de la protección ambiental, EPA, bloqueó una iniciativa que habría facilitado a investigadores independientes revelar el fraude de la empresa alemana. Una opacidad en forma de nube negra que oculta los entresijos de la nube informática, como las emisiones de los coches de Volkswagen han ensuciado más de lo reconocido el aire que respiramos.

Tal y como lo explica el analista de Wired, Klint Finley, la inmensa mayoría de los dispositivos inteligentes, incluyendo wearables, coches conectados y gadgets, “están profundamente cerrados; los investigadores independientes no pueden inspeccionar el código que los hace funcionar. Tampoco puedes cargar software alternativo. En muchos casos, ni siquiera puedes conectarlos a otros dispositivos a menos que los fabricantes de cada uno de los productos hayan negociado un contrato entre sí”. Y aunque es cierto que “si no puedes instalar tu propio software, será más difícil que infectes con un virus tu automóvil, alarma antirrobos o monitor cardíaco”, que era el objetivo inicial de esa opacidad, no es menos cierto que “esta opacidad es la que hizo posible para Volkswagen ocultar el software que adulteraba los resultados de las emisiones de gases”.

Sin embargo, el ejemplo de la vulnerabilidad Shellshock de Bash, componente estándar de Linux y de otros sistemas operativos de código abierto, y que tantos años se tardó en descubrir, lleva a Finley a aclarar: “que el código sea abierto no lo hace necesariamente más seguro; necesita ser examinado por gente que sepa lo que hace. Como el caso Volkswagen lo demuestra, la transparencia y la vigilancia deben ir unidas”.

El analista considera que, en cualquier caso, la opacidad favorece a los fabricantes: “En algunos casos, intentan crear dependencia entre los usuarios, forzándoles a pagar una tarifa mensual para que sus servicios sigan funcionando. En otros casos, los fabricantes hacen engañosos intentos por proteger a los usuarios de sí mismos”. Ante esto,  Finley advierte: “Hasta que haya una demanda de los consumidores sobre mayor transparencia en Internet de las Cosas, las empresas continuarán teniendo el control”.

 


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