El cinéfilo tecnológico: Apuntes sobre la IA en Blade Runner (1982)

Robots filosofando

Seguimos aprovechando la tendencia tecnológica de moda como excusa para elegir sobre qué películas tratar en esta sección del blog. Y hoy toca un clásico más o menos moderno (al menos para boomers y generaciones previas), que no podía faltar en este ciclo.

Bien es cierto que en este film de Ridley Scott no acaba de quedar completamente claro qué parte tienen los famosos replicantes de robóticos y cuál de biológicos, y de hecho tira más bien a lo segundo; sus creadores no dejan de ser ingenieros genéticos, más que desarrolladores informáticos. El propio Roy Batty (Rutger Hauer) dice que no son computadoras. Sin embargo, está claro que han sido fabricados artificialmente, y por lo tanto la suya es una inteligencia artificial, lo que nos vale como concepto.

Por otro lado, la forma de examinar a estos seres aparentemente humanos para ser identificados como ciborgs es un test con claras referencia a la prueba de Turing, relacionada desde siempre con la robótica y la IA. Además, el interés argumental y emocional de la película, más allá de su trama de ciencia ficción, acción, thriller y neo-noir, es claramente la filosofía, lo que le emparenta más con obras como AI de Spielberg que a otras donde la parte técnica tenga algo más de relevancia, como Yo, Robot; un punto intermedio lo encontraríamos en Ex-machina.

Aquí lo interesante, a efectos de reflexión aplicable a lo que pueda traer el futuro en nuestro mundo real, teniendo en cuenta cómo se están poniendo las cosas con Chat GPT y demás, es la capacidad o no de los replicantes para ser autoconscientes de su condición: Para que el ser humano pueda disponer de unos seres tan intelectualmente superiores como él pero aún más perfectos, sin que se conviertan en un problema, es conveniente que se crean que son realmente humanos, porque de lo contrario se darían cuenta de cómo han sido creados y utilizados sólo para beneficio nuestro. Dado que los replicantes desarrollan emociones, es necesario canalizarlas de forma aparentemente natural (para ellos) con recuerdos falsos implantados que les hagan sentir como el común de los mortales. En el momento en que descubren su verdadera condición y, para colmo, comprenden que esa mortalidad es aún más acuciante que en los humanos, como es lógico se rebelan contra lo que perciben como un injusto y trágico destino, tal y como lo percibiríamos cualquiera de nosotros. Sin duda, aquí reside uno de los mayores peligros de la inteligencia artificial que tal vez nos espere: ¿De verdad es conveniente que llegue a ser tan evolucionada o incluso más que nosotros mismos?

Para enfatizar el drama, asistimos a uno de los finales (no creo que haga falta avisar de spoiler a estas alturas) más recordados del cine de los últimos 40 ó 50 años, y, al igual que en 2001, odisea del espacio y en Terminator II (cada una en su estilo) presenciamos una escena de “fallecimiento de robot” que resulta tan conmovedora como si de un humano se tratara. Algo parecido a los androides sacrificados en el mercado de la carne en la ya mencionada AI de Spielberg.

 

Nota del Pulpo: 7,5 / 10 (A nuestra mascota le parece una muy buena película, notable vaya, pero siente que no es capaz de sentir con intensidad máxima la fascinación generalizada de la mayor parte de crítica y público, que el octópodo cree que han mitificado más de la cuenta. Qué le vamos a hacer, sobre gustos...).