El cinéfilo tecnológico: AI: Inteligencia Artificial (2001)

¿…o debería llamarse Sentimiento Artificial?

He decidido terminar el año con una película relacionada con la tecnología que me merezca, por primera vez en una reseña de este blog, un sobresaliente. Reconozco que mi favoritismo por Steven Spielberg seguramente me condiciona, pero también es verdad que cuando una película suya no me gusta (y son varias), no tengo problema en confesarlo y criticarlo.

Sin embargo, esta no es de las mejor valoradas del director por crítica y público en general, pero a mí si me parece de mis preferidas de su filmografía. Sin ir más lejos, en lo que respecta a la temática de este blog, creo que pocas obras de la historia del cine han reflejado el tema de la Inteligencia Artificial de una manera tan fascinante, profunda, intensa y emocional. Si acaso, se podría colocar en ese TOP particular junto a Metropolis de Fritz Lang (1927), 2001 Una odisea del espacio, del por cierto iniciador del proyecto realizado por Spielberg, Stanley Kubrick (1968), Blade Runner de Ridley Scott (1982), o las dos primeras de la saga Terminator de James Cameron (1984 y 1991), que aunque ya sean más de acción que otra cosa, en su género son insuperables.

Pero, a diferencia de las anteriores, AI de Spielberg está realizada ya en los primeros años de la actual revolución digital que ha traído el siglo XXI, y se podría considerar la iniciadora (o una de ellas) de una serie de ficciones en las que la tecnología ya tiene que ver más con nuestro presente que con la idea más clásica y retro - futurista de la robótica, y en la que podrían entrar ejemplos como Ex - Machina (2014) o algún capítulo de Black Mirror como Ahora mismo vuelvo (2013): Siendo bastante dignos, ninguno de esos dos casos tienen para mi gusto la impronta del film que nos ocupa hoy, y eso que éste es más de una década anterior.

Por lo tanto, la película no solo no ha envejecido, sino que sigue teniendo la misma fuerza más de 20 años después, y sigue sirviendo para explicar, con plena vigencia, bastantes implicaciones de un tema de rabiosa actualidad como es la inteligencia artificial (tan rabiosa como que ha sido considerada la expresión del año 2022). No sólo se trata de que su estética siga maravillando al espectador (que también -vaya diferencia con Cypher, un año posterior pero que parece 15 años más vieja), o de que ciertos detalles tecnológicos nos recuerden a cosas que seguimos haciendo con nuestros dispositivos, como por ejemplo que la configuración del robot gigoló interpretado por Jud Law cuando cambia de color su pelo parezca la de un avatar o perfil de una red social, o que el Dr. Know sea una mezcla de un motor de búsqueda web tipo Google con una biblioteca digital tipo Wikipedia; Se trata, sobre todo, de cuestiones éticas y morales derivadas de la creación de seres artificiales cada vez más parecidos a nosotros, que es un tema que preocupa hoy en día todavía más que entonces, ya que cada vez nos acercamos más a ello.

En la evolución de los robots sugerida en esta película, pero también, en cierta medida, en la historia del cine, se suele partir de máquinas relativamente menos sofisticadas que, poco a poco, van adquiriendo características cognitivas e incluso emocionales cada vez más desarrolladas. Es cierto que, en el mundo real actual, lo que llevamos viendo desde hace algún tiempo es una especie de evolución en paralelo: Por un lado la máquina, el “muñeco” (hardware), y por otro la propia inteligencia artificial (software). La segunda va a menudo por separado, y es de la que más hablamos y polemizamos ahora, y no se presenta dentro de un cacharro tipo C3PO de Star Wars o replicante de Blade Runner, sino que, más en semejanza con HALL 9000 de 2001 Odisea del espacio, se ejecuta a través de nuestros ordenadores y smartphones: Los algoritmos, los chats inteligentes tipo GPT, o los creadores de imágenes tipo DALL-E. Salvo ese inciso, en esencia el tema es similar.

feria

Pero en la película se va un paso más allá, y se introduce el campo de las emociones en los robots, más complejo y humano que el de la inteligencia. Esto introduce una variable moral o ética superior, pues, tal y como plantea un personaje al principio de la película, “Si un robot pudiera amar realmente a una persona, ¿qué responsabilidad tendría esa persona a su vez con respecto al robot?” Sin obviar que Spielberg hace un tratamiento argumental más propio de la fantasía que de la ciencia ficción, en forma de cuento de hadas (con Pinocho como clara inspiración reconocida en el guion de la película), se trata aquí una cuestión que en el mundo real de hoy no debería dejar de preocuparnos, dado el grado de evolución que la IA está alcanzando, y teniendo en cuenta también que los neurólogos han demostrado cuán diferente es la efectividad de la inteligencia en ausencia de las emociones (para bien y para mal, según el caso).

Al hilo de lo anterior, en la escena de la Feria de la carne se revela una paradoja inquietante que alcanza una de las cotas más conmovedoras de la película: Los humanos se comportan con una falta de humanidad pavorosa, y los robots sacrificados transmiten al espectador una pena y una ternura realmente estremecedoras. Nada que deba sorprendernos: si a lo largo de la historia el ser humano ha sido cruel, racista, xenófobo, desalmado, etc. con su propia especie, o con especies animales biológicamente orgánicas e incluso semejantes a la nuestra, por qué se iba a andar con miramientos con unos “cacharros” artificiales. Pero yo capto una segunda paradoja: Actualmente nos preocupa (a unos más que a otros) nuestra posible adicción y dependencia de los teléfonos móviles y pantallas, y al mismo tiempo criticamos (con razón) cómo los gigantes tecnológicos lo aprovechan para incrementar sus beneficios, lo que nos lleva a algunos a parecer pulpos tecnófobos. El mensaje del “jefe de ceremonias” de la Feria de la carne en la película va en una línea cuyo origen podría ser esa misma idea. ¿Podría llevarnos nuestra posible fobia a la tecnología a una contradicción moral en el futuro? Más valdría que no hiciéramos responsables a las inteligencias artificiales de tal distopía, sujiero.

Por lo demás, no me queda más remedio que finalizar volviendo a la defensa de esta maravillosa película, no infravalorada en si misma, porque buena parte de crítica y público la reconoce como obra maestra en sus ciento y pico primeros minutos, pero sí infravalorada por sus treinta y pico minutos finales, que se suelen desechar injustamente. Vale, yo mismo reconozco que el posible final del deseo eternamente frustrado pero inmutable del niño – robot era mucho más sobrecogedor que el que viene después, pero eso no significa que esa media hora final no tenga su enjundia, y mucha. Ni se trata de un final feliz, pues de hecho es solo el final melancólico e irrecuperable de un efímero día feliz, ni el hecho de que un epílogo sea inferior a la escena clímax de la película le resta fuerza a dicha escena. La manía de las estructuras asumidas culturalmente. Toda la película es un ejemplo magistral de narrativa visual y emocional, de ritmo inteligente y envolvente, y de ambientes cinematográficos contrastados pero increíblemente coherentes: Del melodrama familiar a la fantasía casi surrealista, pasando por la aventura y el thriller, siempre tratado con elegancia, inteligencia y emotividad, tocando temas complejos pero sin perder la simplicidad de un cuentacuentos. Una película así nunca podría ser rodada por una Inteligencia Artificial… espero…

 

Nota del Pulpo: 9 / 10