ADVERTENCIA: Para los enemigos de los SPOILERS que no hayan visto este episodio de Black Mirror, que se abstengan de leer esta reseña. En otras ocasiones no revelamos tanto, o si lo hacemos es a la mitad o al final de la entrada, pero en esta ocasión es difícil hablar de su contenido sin destriparlo. Por cierto… sí… en el subtítulo del post ya lo hemos reventado un poco… ¡pues haber visto ya el capítulo, que tiempo habéis tenido!... Qué poca vergüenza tenemos…
Teniendo en cuenta que Smithereens fue publicado por Netfilx apenas siete meses antes de que la misma plataforma hiciera lo propio con el documental El dilema de las redes sociales, del cual ya hablamos por aquí, y aunque no haya coincidencia alguna en los respectivos equipos técnicos, parece evidente que en la compañía eran conscientes de querer tratar un mismo tema a través de dos contenidos diferentes. Lo que también hay que decir es que el objetivo de información y concienciación sobre el problema me pareció mucho más logrado en el caso del documental, y por lo tanto la parte que en este blog más nos interesa de esta entrada está también mejor desarrollada en el post enlazado antes.
Dicho lo cual (qué bien queda siempre esta expresión típicamente periodística, fijaté), dentro de la idiosincrasia de estas reseñas del Espejo Negro, que por cierto estamos ya muy próximos a concluir, la enjundia tecnológica de Añicos tiene una perspectiva no única en la historia de la serie, pero sí poco habitual, que es centrar el relato en la actualidad, con las herramientas digitales ya existentes, y por tanto huyendo de la ciencia ficción, que por otro lado es como empezó la serie, con uno de sus mejores episodios, El Himno nacional (con el cual guarda relación en el aspecto de la viralidad de las redes sociales). Lo cual resulta un tanto paradójico porque, al fin y al cabo, esta revolución digital que vivimos nos parece verdaderamente de ciencia ficción en sí misma, al menos para los que tenemos cierta edad, y no digo ya si le añadimos la sensación de distopía que nos ha traído la pandemia… Como ya he comentado en otras ocasiones, el realismo en Black Mirror lo suele hacer más inquietante que el futurismo (no siempre, ojo).
La temática de Smithereens gira entorno a las consecuencias negativas de la pseudo – esclavitud (o no tan pseudo) creada por las aplicaciones informáticas de redes sociales, centrándose especialmente en la adicción que provoca en los usuarios. Una adicción que, como comentamos en la mencionada entrada sobre El dilema de las redes sociales, y como también se enfatiza en este episodio, está potenciada intencionadamente por las empresas creadoras de dichas plataformas, ya que del grado de atención que ponga la gente en ellas depende su beneficio económico. Está claro que Netflix deseaba tratar el tema, pero no deja de resultar sospechoso de hipocresía que esta plataforma también use similares técnicas.
La lástima, respecto al episodio Añicos, es que, siendo aceptable el acercamiento que hace a dicha problemática, se quede tan corto respecto de todas las posibilidades de tan complejo y polémico asunto. Sobre todo porque, si al final resulta que la relación entre la sinopsis y la crítica implícita en el argumento es tan fortuita como un accidente de tráfico por una distracción del smartphone, la sensación que deja, aparte del consejo paternalista propio de un anuncio de la DGT, es la de que nos han soltado una excusa poco poderosa para justificar dicha reivindicación. Y eso lleva a lo de siempre: “Ya están los tecnófobos oponiéndose al progreso, etc., etc.”. Así no hay manera de que el Pulpo salga de su ostracismo (que por otro lado es lógico, ya que las ostras también son moluscos como los octópodos... ejem, perdón…).
No seamos injustos: No es que lo de los accidentes al volante por distracciones del móvil no ocurran, ni tampoco que no sea un asunto grave, ni mucho menos. O que el carácter “zombi” de auténticos yonkis digitales que se nos está quedando a todos no tenga su enjundia, que la tiene. El problema es que el tema tiene aristas mucho más complejas, y de conexión mucho menos fortuita y sí más mayoritaria y por tanto convincente, que habrían tenido una trama mucho más imponente de cara a la tesis que se quiere transmitir. Obviamente eso sí lo consigue el documental de El dilema de las redes sociales, pero también hay otros episodios de Black Mirror que logran acercarse más y mejor a tal objetivo, como por ejemplo Caída en picado, a pesar de (o tal vez en este caso sí, gracias a) ser menos realista y más futurista.
Es más, incluso en el propio episodio de Smithereens está tratada otra consecuencia negativa de las redes sociales más compleja y desgraciadamente habitual, y por tanto preocupante, como es la del suicidio de adolescentes (que también aparece en El dilema de las redes sociales), pero como subtrama muy secundaria. En el que me parece el momento más agudo del episodio, ya al final del mismo (aquí hay un SPOILER gordo, ojo cuidado), se establece un acertado símil entre el disparo de gracia de la francotiradora que entendemos que mata al protagonista y el tecleo en el “Enter” con el que la madre parece que va al fin a entrar en el perfil de su hija suicida en redes sociales, lo que nos da a entender, en una brillante narrativa visual instantánea, que eso va a ser también la puntilla que le falta a la mujer para acabar por no soportar más su depresión por tan traumática experiencia como es la pérdida de una hija, ya que conocerá las razones que llevaron a ésta a quitarse la vida. Por lo tanto, el mensaje queda ahí y eleva la fuerza de la sinopsis; Pero, al mismo tiempo, provoca la sensación de que ahí estaba la historia buena, la historia potente. Era un tema interesante para ser tratado en Black Mirror; me falta un episodio (sin contar la película interactiva esa…), y me da que podría tratar precisamente ese asunto, así que no quiero adelantarme, pero de momento quizá lo más cercano podrían haber sido tanto Cállate y baila como Arkángel, pero en ambos casos los derroteros no van exactamente por ahí (aunque ambos me parecen mejores episodios que Añicos).
Por lo demás, ya digo que el episodio no me parece malo, sino que, estando bien, queda lastrado por su irregularidad: Comienza un tanto errático y anodino (vuelta a los diálogos “tontunos” que aparecen de vez en cuando en Black Mirror); luego se pone interesante y entretenido cuando empiezan las negociaciones y la investigación policial; pierde fuelle por alguna trampa de guion mal disimulada (ese negociador desaparece de escena de una forma muy poco creíble: o es muy tonto o los guionistas no sabían como engañarnos para avanzar la trama, porque si sabe que el secuestrador solo tiene un rehén, lo necesita vivo hasta el final para conseguir su verdadero objetivo que es hablar con el jefe de la compañía de la red social, así que solo tenía que decirle eso al protagonista para que este detuviera su cuenta atrás); vuelve a coger algo de interés cuando al fin va a hablar con el trasunto de Mark Zuckerberg versión hippie (las malas excusas de éste recurdan al dueño de Facebook "pidiendo perdón" cínica e hipócritamente por los escándalos de privacidad, lo cual es otro acierto del capítulo, tal vez casual, pero esto parece poco probable. También es inteligente la ironía de la necesidad de desconexión tecnológica de hasta los propios gurús tecnológicos, algo que es un hecho real y otra subtrama a considerar); me produce sensaciones encontradas en el drama que causó el trauma del protagonista (como ya expliqué antes)… En definitiva, entretenido y aceptable como trhiller (pero lejos de otros similares de la serie como el mencionado Cállate y baila), pero sobre todo desaprovechado en su moraleja, hasta el punto de qudarse peligrosamente cerca de revertir el objetivo en favor de los tecnófilos. Así no hay manera, señor Pulpo.
Nota del Pulpo: 6 / 10.