El cinéfilo tecnológico. Ciclo Inteligencia Artificial: Robot de compañía (2018)

Relaciones algorítmicas

Los robots han estado presentes a lo largo de la historia del cine y la ciencia ficción en infinidad de ocasiones. Sin embargo, la idea de los androides como alternativa a las relaciones íntimas e incluso sentimentales no han dado lugar a muchas películas, y eso que en los últimos años es un tipo de proyecto que ya ha sido puesto en marcha en el mundo real.

Al albur del auge y la moda actual de la Inteligencia Artificial, nos parece oportuno mencionar una de las pocas películas que tratan el tema, y que salió a la luz bastante antes de todo el bullicio que están provocando los populares chatbots estos meses. Fue hace cinco años, y es la estadounidense Robot de compañía. Una pena que su calidad deje tanto que desear.

Ciertamente, el asunto de “liarse con un robot” es lo suficientemente controvertido y objeto de tabú como para que muchas productoras de cine se atrevan a tratarlo. Si además se pasa a la vertiente física, con robots de hardware “visible” y “tocable” (con este segundo verbo ya me arriesgo a sonar “censurable”), la polémica pasa a ser más provocativa. Similar argumento resultó más accesible con la muchísimo mejor película Her, en la que la “novia” no pasaba de ser un software con voz (ojo, la voz de Scarlett Johansson, que no es poca cosa). Mucho más truculenta resultaba Ex – machina, aunque trataba lo de las relaciones con algo menos de peso en la historia general (pero no baladí), en un ambiente nada social ni normalizado (todo lo contrario).

Paradójicamente, los droides materiales como compañeros/as de relaciones también dan lugar a reflexiones y discusiones de profundidad filosófica y sociológica, como queda patente a lo largo de la película. Ponen en cuestión qué somos exactamente, qué son en realidad nuestros sentimientos, cuántos tipos y manifestaciones no reconocidas del concepto de amor existen verdaderamente. Eso sí, quien más defiende ese concepto abierto del afecto y las pasiones es, por supuesto, el cínico vendedor de los robots. En la misma línea de poner al espectador en contra de la defensa a cualquier precio de la tecnología, algún que otro personaje muestra también una tecnofobia propia de lo que más de una vez y de dos se ha plasmado en este mismo blog (y a su título nos remitimos para explicarnos).

En estos días en los que la preocupación sobre la inteligencia artificial de cara al futuro, alcanzando un tinte casi apocalíptico, suele estar relacionada con la sustitución de trabajadores, la toma de decisiones autónomas, los riesgos para la ciberseguridad o la privacidad, o incluso el sometimiento de la humanidad, las implicaciones de posibles relaciones con seres artificiales cada vez más parecidos a nosotros apenas están siendo tratadas e, insistimos, hace años que se trabaja ya en ello. Evidentemente, el tabú se encarga de impedir que ni se nos pase por la cabeza, pero no es difícil imaginar que es otro riesgo para el futuro del ser humano, sin necesidad de entrar en el problema demográfico. Por ejemplo, y habida cuenta de cómo nos manipulamos emocionalmente entre personas, ¿no da miedo pensar lo que podría llegar a hacer un robot intelectualmente superior a cualquiera de nosotros? Pongamos por caso echarse como pareja a una IA como Hal 9000 de 2001, Una odisea del espacio… Como para echarse a temblar.

Desafortunadamente, la película, salvo un par de planteamientos interesantes en algún que otro diálogo y/o monólogo, plasma un guion que no funciona, con escenas escasamente engarzadas entre ellas y, por lo tanto, narrativa poco o nada fluida (para aburrirse como una ostra si se ve toda seguida -yo la tuve que ver en tres tandas-). También hay conversaciones rayanas en lo anodino o incluso ridículo. En el aspecto visual hay algunos aciertos pero mucha rutina ineficiente; Por ejemplo, la dirección artística es tan pobre que el único elemento que nos muestra que estamos en 2050 (robots aparte, pero que son actores y actrices humanos/as) es que en algunos planos el cielo se rellena con muchos drones, y ya. Ni el vestuario, ni la arquitectura, ni los vehículos, ni los dispositivos tecnológicos (véase la pantalla de ordenador abajo a la izquierda de la imágen de este post) son distintos en absoluto de los actuales. Tampoco funciona el que algunas escenas mudas se aderecen con música clásica, creyendo el director que le va a quedar tan resultón (ni de lejos) como por ejemplo conseguía Stanley Kubrick.

En definitiva, sigue pendiente que haya una buena película sobre este tema (insisto, en su vertiente “física”, que con la algorítmica ya tenemos Her). Tal vez si el asunto se populariza en un futuro en la vida real… No es que nos apetezca verlo, pero tal y como van las cosas…

 

Nota del Pulpo: 3,5 / 10