Empiezo a flipar con las coincidencias que me están surgiendo con Black Mirror: Coincidió el momento en que me tocó ver el episodio Especial de Navidad de la segunda temporada con la llegada de la pasada Navidad; coincidió el episodio más romántico que había visto de la serie hasta ese momento, San Junípero, con las vísperas del Día San Valentín; y ahora coincide un episodio sobre declaraciones polémicas y la difusión del odio en Redes Sociales con la detención del rapero Pablo Hasél y los posteriores disturbios…
Más allá de si me voy a empezar a emparanoiar con tanta casualidad, en este caso concreto es cierto que hay dos matices que ponerle a la coincidencia: Por un lado, es difícil que actualmente no haya siempre algún asunto relacionado con conflictos encendidos en plataformas de Internet (de hecho, sea noticia o no, el odio en las redes es diario, constante). Por otro, la historia de Odio Nacional, incluso en la parte meramente referida al debate entre libertad de expresión y escarnio digital, va por otros derroteros distintos (pero no por ello incomparables) de los que han derivado en los contenedores ardiendo.
Hated in the Nation vuelve a confirmar, y ahora ya de manera definitiva pues es el último de la tercera temporada, que ésta es de momento la que me ha parecido más redonda de Espejo negro. De hecho, sólo lo veo superado para mi gusto, en todo lo que llevo visto de la serie, por el antes mencionado San Junípero, también de esa tercera temporada.
Se trata del capítulo más largo, y no me parece cuestión baladí, porque esto también me confirma algo que ya pensaba anteriormente: Que si algo le falta a los episodios de Black Mirror es un poco más de desarrollo. Algo en lo que no coincido en absoluto con alguna crítica negativa que he leído y que dice que le sobran minutos. Ni uno solo, en mi opinión. Aquí estamos hablando ya de un largometraje a la vieja usanza del cine, y de repente la narrativa se muestra prácticamente perfecta, sin defectos visibles. Me imagino ciertos capítulos anteriores que podrían haber sido mucho mejores con esta misma duración o incluso mayor; sin ir más lejos, el antes mencionado Blanca Navidad, que aunque de hecho ya era el más largo de los previos (y con diferencia), el incluir tres historias dentro de otra general hacía que el desarrollo de cada una de ellas (salvo quizá la tercera) resultara algo pobre y anodino. Ese era hasta ahora mi problema con el Espejo negro: Que las tramas y los diálogos me resultaban algo naíf, algo simples, cuando todavía no conocía bien a los personajes, incluso en algunos de los mejores episodios. Aquí conocemos a la protagonista en una larga escena casi muda en un flash forward, con una presentación visual que nos aporta datos de una persona consternada, debilitada, todo lo contrario que su carácter cínico y sarcástico del resto del metraje, consecuencia de todo lo que ha vivido y que se nos va a empezar a explicar a continuación. De esta forma, cuando luego se nos introducen píldoras sobre las temáticas del argumento, estamos preparados para que los primeros diálogos nos parezcan verdaderamente inteligentes (que por otro lado lo son), mucho más de lo que estamos acostumbrados en esta serie. Y más en una época en que la ficción se desarrolla en películas de media mucho más largas que antes, y no digamos ya en las series con historias de varios (o muchos) episodios. Estamos acostumbrados (para bien o para mal) a que cada vez nos cuenten las cosas con más pelos y señales, entrando en la psicología de cada personaje, por secundario que sea, y ya no nos creemos la magia del cine de antaño, en la que menos era más. Y ahora es cuando me disculpáis por haber escrito un chorizo de párrafo como este, pero es que tenía que estar a la altura de lo que estaba explicando…
Odio nacional es un thriller en toda regla, en el que la investigación policial va revelando, en una narrativa coherente y fluida, las causas de unas muertes violentas, muy al estilo habitual de toda la vida en este tipo de films, con la particularidad de que las pistas principales provienen de la tecnología digital, y finalmente esta se acaba mostrando (como es de esperar en Black Mirror) como el meollo de la cuestión. Sin embargo, en un momento dado pasa de ser un thriller a una película de “terror con bichos”, en la más pura onda de Los pájaros de Hitchcock o (más adecuado por relación zoológica) Cuando ruge la marabunta o (más directamente emparentado aún) Enjambre. Reconozco que aquí me desubico un poco, y no porque argumentalmente no tenga sentido, puesto que lo tiene y mucho, sino porque creo que esa parte funciona algo menos perfecta que lo demás (y no precisamente por los efectos especiales, que están muy bien). Paradójicamente, encuentro en ello una “metáfora de metáforas” muy interesante: Si las películas de serie B con bichos de mediados del siglo pasado suponían, en medio de la guerra fría, una evasión que exorcizaba en esos monstruos el miedo al comunismo, en este episodio de Espejo negro la amenaza representada con los enjambres de abejas mecánicas nos evoca la idea de la viralización del odio en Internet, y de manera muy directa y gráfica.
Por lo tanto, estamos ante una historia que por un lado nos habla de una tecnología totalmente real y contemporánea, y que está causando problemas similares a los narrados en el episodio (suicidios de adolescentes por ser acosados a través de Internet), y por otro tiene una parte de ciencia ficción con otra tecnología que, basada en cosas que ya existen (ojo cuidado), nos evocan teorías conspiratorias; No en vano, la protagonista ironiza en un momento dado sobre las “ideas psicóticas” de algunos acerca de gobiernos que controlan digitalmente a la población, y luego se tiene que comer sus propias palabras con patatas fritas. Así pues, no me extrañaría que entre los terraplanistas que sostienen que las vacunas contra la Covid-19 tienen chips de Bill Gates hubiese unos cuantos fans de Black Mirror excesivamente flipados…
Al margen de todo lo anterior, debo reconocer que si algo hace que este episodio se me quede en notable alto y no me merezca el sobresaliente (algo que por cierto todavía sigue sin haberme pasado con ningún capítulo de la serie), es el no haberme provocado un puntito más de afección anímica o intensidad emotiva, un poco como me pasó con el justamente anterior, La ciencia de matar. Pero oye, yo firmaría si todos los que me quedan por ver (cuarta y quinta temporadas) fuesen del nivel de este. Seguiremos…
Nota del Pulpo: 8 / 10