Al final voy a acabar cogiendo complejo de llevar la contraria. Cuando veo las críticas de un capítulo de Black Mirror que me ha gustado poco, (casos de 15 millones de méritos y del último que reseñé, Oso blanco), resulta que a los columnistas y seguidores les han parecido estupendos o incluso memorables, y cuando uno me ha parecido mejor, como el que vengo a comentar hoy, parece que la opinión generalizada es más negativa… ¿Será que no tengo ni idea? ¿O será que tengo genes de Carlos Boyero…?
Pues sí, un episodio de Espejo negro ha vuelto a convencerme después de bastante tiempo -sin que me haya parecido brillante, ojo- y no es porque el sexo haya vuelto a hacer acto (y nunca mejor dicho) de aparición en la trama, entre otras cosas porque aquí ese detalle pasa más de soslayo. Lo que estoy empezando a percibir es que esta serie me resulta más llamativa y su trasfondo más preocupante cuanto más real es la tecnología que aparece en sus historias, cuanto más alejada está de la ciencia ficción (cosa paradójica en mi caso) y más trata sobre herramientas digitales que ya existen en la actualidad.
Como es sabido por todos los fans de la serie, en Waldo el personaje conductor de la trama, y que da título al capítulo, es una especie de Trancas o de Barrancas versión digital que, al igual que las hormigas del programa ese del pelirrojo bajito que hace muchos años tenía gracia, interactúa con invitados televisivos aunque con bastante más mala leche y escasez de sutileza. Resulta que lo del caca culo pedo pis le hace tanta gracia a la gente que el monigote acaba siendo candidato exitoso a unos comicios electorales, porque además dice frases que no por poner el dedo en ciertas llagas no dejan de ser simplistas hasta el extremo. Populismo puro y duro.
Al respecto de lo anterior, me hace gracia (valga la redundancia) que una de las críticas que se le hacen al capítulo es que Waldo no tenga en realidad gracia, a la vista del espectador de Black Mirror. Vamos a ver, de eso se trata, de que resulte más esperpéntico que gracioso. Es como la infinidad de memes ridículos que inundan Internet y atontan al personal hasta el punto de acabar desarrollando pensamientos infantiles acerca de todo, incluso de lo más serio y grave. Y no hablo del sentido del humor, que ese sí es necesario. De eso se trata precisamente: si Waldo nos hubiera parecido gracioso a los espectadores del episodio, el mensaje de lo grotesco y de la banalización habría pasado mucho más desapercibido.
Cuando antes decía que en general me llaman más la atención los capítulos de Black Mirror que se acercan más a la realidad tecnológica que a la ficción o la fantasía, no sólo me refería al tipo de dispositivos o desarrollos mostrados, sino al uso de los mismos. En el caso de Oso blanco, por ejemplo, y salvo por lo del dispositivo que “formatea” la memoria a la protagonista, la fantasía no está tanto en la tecnología como en la sociedad primero distópica y luego alegóricamente mediática, que a mí me resultaron excesivas en ambos casos. En Waldo era realista la tecnología utilizada cuando se estrenó el capítulo hace ya cerca de 8 años, pero es que a la largo ha resultado también realista la trama, como ha quedado patente con el Brexit o con Donald Trump. Sí, quizás yo aquí juego con la ventaja de haber visto este episodio a posteriori, pero también habrá que darle la enhorabuena a aquello que ha acabado dando en el clavo, como en su día pasó con El show de Truman, ¿no?
Más allá de que el final quizá me parezca, aunque acertado en su discurso, algo menos poderoso que el de otros capítulos (como por ejemplo, paradójicamente, los dos que he destacado más bien negativamente al principio), Waldo creo que se ha convertido en una especie de anticipo en trama de ficción de El dilema de las redes sociales. Pue eso: ni p… gracia tiene el tema…
Nota del Pulpo: 7 / 10.