El cinéfilo tecnológico: Alice (Subservience)

El enésimo Black Mirror de marca blanca (o peor)

El año 2024 pasamos por alto (ni nos percatamos) de varias nuevas películas sobre robótica e inteligencia artificial, y eso que en nuestra sección de reseñas de cine tecnológico llevábamos tiempo desarrollando un ciclo dedicado a la IA, tan de moda los últimos años. Suponemos que por esa misma moda se ha revitalizado este subgénero, aunque ya hubiese películas sobre robots desde hace muchas décadas.

Precisamente en relación a ello, es interesante pensar en el hecho de que buena parte de nuestra perspectiva actual reticente hacia la IA (ojo que no digo que sea desacertada, necesariamente) probablemente proceda de la imagen apocalíptica y aterradora de aquel legado cinematográfico previo (e incluso muy previo) al actual auge de la IA generativa. Títulos como 2001, una odisea en el espacio, Terminator o Matrix son ejemplo de ello.

Sin embargo, que algunas de las nuevas películas sobre robots e IA, rodadas dentro de la actual época de las nuevas tecnologías digitales y la informática interconectada a través de internet y la nube, tengan argumentos como el del film que nos ocupa hoy, la norteamericana Alice (Subservience), que en su mayoría podrían haberse escrito cuando faltaba mucho tiempo para que cualquiera pudiera entablar conversaciones de todo tipo con un chatbot a través del PC o del smartphone, la verdad es que aporta muy poco a estas alturas.

Para hablarnos de cómo la entrada de un robot en un hogar podría alterar la vida de las personas y familias ya pudimos ver, en 2018, Robot de compañía, y muchos años antes, en 2001, una muchísimo mejor, AI de Steven Spielberg. En Alice el argumento es cómo el robot, supuestamente diseñado para facilitar la vida y las tareas del hogar, empieza a adoptar actitudes cada vez más extrañas e inapropiadas en su obsesión por priorizar (equivocadamente) la calidad de vida de su propietario. Que la androide interpretada por Megan Fox parezca saltarse a la torera lo que supondríamos algoritmos razonables para solo cumplir el único objetivo de satisfacer (insistimos, equivocadamente) al personaje al que da vida el actor Michele Morrone no resulta muy lógico argumentalmente. El guion lo justifica en un reseteo de parte de la memoria digital del robot que lleva a cabo el propio protagonista, pero tampoco parece inteligente que la IA no le ponga más difícil tal formateo. Sobre si la capacidad de la robot de aprender (machine learning) y llegar a sentir afecto por su dueño son también causas de su actitud, tampoco las explicaciones en la película resultan lo suficientemente sólidas ni convincentes. No importa, el objetivo es que, poco a poco, como en tantas y tantas películas anteriores, la androide acabe suponiendo un peligro, para construir la típica historia de terror con base en la ciencia ficción mil veces vista ya.

En relación a internet y la conectividad que habíamos mencionado antes, sí que hay un argumento propio de esta época y no de la de 2001, una odisea del espacio (aunque sí estaba ya en Terminator con el concepto de Skynet): La robot trata en un momento dado de expandir lo aprendido a través de las redes informáticas, como si de un malware se tratara. También se trata en la película otro tema del que se suele debatir en la actualidad, que es el de la sustitución de los trabajadores por robots.

Con todos esos ingredientes, la película resulta (siendo muy generosos) más o menos entretenida durante cierta parte del metraje, pese a su simpleza. Sin embargo, las escenas más subidas de tono aparecen de forma ingenuamente poco creíbles, y los momentos más tensos y violentos, lejos de sobresaltarnos, llegan en algunos casos a la ridiculez, así que finalmente todo queda muy lastrado por esas partes. Vamos, que a lo mejor no era tan grave haber pasado por alto la película el año pasado.

 

Nota del Pulpo: 4 / 10