Una de las principales bazas de Black Mirror ha sido, la mayoría de las veces, acudir a la capacidad que la ciencia ficción puede otorgar para crear ideas e historias cuyo atractivo resida en su originalidad, ingenio y desarrollo desconcertante, que se salga de lo común. En otras palabras, que te vuele la cabeza.
Pero cuando la búsqueda de lo novedoso se convierte en norma, después de muchas experiencias previas, ya no consigue estar tan fuera de lo común, y deviene en rutina. La cabeza deja de volarte. Eso es lo que le ocurre, para mi gusto, a buena parte del tercer episodio de la sexta temporada, Beyond the Sea, sin dejar de ser una trama interesante y entretenida. Puede que hace unos cuantos años, en las primeras temporadas de la serie, la sorpresa hubiera sido mucho más mayúscula, porque la idea es buena.
Al principio, la historia no me parece que tenga demasiada fuerza. La idea del traslado virtual de personas a robots que les sustituyen en otro lugar me recuerda bastante a los personajes azules de cierta saga megataquillera de los últimos tiempos, y eso que media hora de este capítulo del Espejo Negro tiene más sustancia argumental que las dos películas de James Cameron juntas (y eso que son bien largas). En definitiva, que la carga de asombro ante una idea ya vista resulta algo insuficiente, y veo el primer cuarto de hora con ligera sensación de desinterés.
Después, la aplicación concreta de esa idea al argumento de la historia, que es paliar la separación prolongada de parejas cuando uno de los cónyuges es astronauta, le da algo más de aliciente a medida que se va desarrollando la trama. La ubicación temporal de la historia a finales de los años 60 del siglo pasado supongo que sirve de excusa para evitar problemas con una historia que habría sido más controvertida en la sociedad actual, más igualitaria a nivel de género; Al mismo tiempo, eso hace que estemos ante una historia retro – futurista, porque la tecnología presentada, ni existía entonces ni existe todavía hoy, salvo en su versión online (perfiles en redes sociales de internet). Eso no desconcierta mucho, pero bastante tiene con funcionar sin que haga torcer el gesto, y bien que lo consigue (nos lo comemos con patatas).
El primer elemento reactivo es introducido con unos tecnófobos que (lo sentimos por el Pulpo, siempre mala imagen para su causa…) son presentados como radicales sectarios asesinos, muy en la línea del clan de Charles Manson, del que nos habló (deconstruyendo la historia) Tarantino en su última película. Es una escena que no me convence, poco preparada, demasiado histriónica, y de nuevo tirando de cliché, como si todos los hippies quisieran cargarse a la novia de Roman Polanski. Sin embargo, hace avanzar la historia de los dos astronautas protagonistas hacia una parte de la trama que, aunque muy previsible, se hace amena por su buena narrativa, y por la muy buena interpretación del trío actoral que la compone.
En paralelo, vemos escenas espaciales con una clara estética que recuerda al film de ciencia ficción por antonomasia de aquellos finales de los 60, 2001, una odisea en el espacio. De hecho, la última salida al exterior de la nave del personaje de Aarón Paúl tiene detalles, argumentales y visuales, muy de cierta escena de la película de Stanley Kubrick. Al regreso, sin embargo, lo que se encuentra el protagonista es un final que le deja más trastocado que en sus peores momentos de cuando cocinaba meta junto a Walter White. Pero más trastocado todavía deja al espectador, al menos a este que escribe: Otra vez final chungo de Black Mirror en estado puro, que a veces me parece que funciona (Cocodrilo) y otras me deja contrariado, como en este caso.
Como ya hemos explicado la valoración del episodio (cosa que lo normal es que dejemos para el final), esta vez terminaremos preguntándonos si la tecnología presentada podría llegar a existir, que es la parte que más nos interesa en este blog. Lo del hardware más o menos lo puedo ver, con mayor o menor parecido estético como réplica de los humanos originales. Ahora bien, lo del traslado de la consciencia, vía telemática, a un robot a miles de kilómetros de distancia desde el espacio exterior (o bueno, simplemente a la habitación de al lado), ya me cuesta más. ¿Cómo iría eso? ¿Por Wi-Fi? ¿Significaría que esa consciencia saldría de nuestra cabeza en forma de archivos digitales, y por lo tanto ya serían archivos digitales dentro de nuestra cabeza? Sinceramente, son cosas que mi CPU no es capaz de procesar, de momento.
Nota del Pulpo: 6,5 / 10