Esta podría haber sido una de tantas entradas dentro de la vertiente tecnófoba de este blog, al hilo de cuando en su día hablamos sobre los irritantes (para este que escribe) selfies, más adelante acerca de los antiestéticos (para el mismo) vídeos grabados en posición vertical, y más recientemente sobre la gente que molesta con el teléfono móvil a todo volumen en el transporte público.
Y no es que no vaya a tener su parte tecnófoba, porque es algo que me sigue molestando cuando voy a ver una actuación musical en directo: Para los que somos bajitos, es un corta rollos que delante de ti alguien alce su smartphone para sacar fotos o, peor aún por la duración, para grabar vídeos, y dejes de ver a los músicos… O que te tengas que conformar con verlos durante ese rato a través de la pantalla del móvil de esa persona.
No puedo negar que hay una parte psicológica y con cierto grado hater en la molestia de esos momentos, porque también me irrita el pensar en la obsesión de la gente por llevárselo todo fotografiado y grabado, como un recuerdo imborrable… de algo que también han grabado otros muchos, unos cuantos de ellos subiéndolo a Youtube, cuya diferencia con tu vídeo va a ser mínima (no es de esas cosas que puedas contar a otro que sólo lo tienes tú) y con una calidad de imagen y sonido poco profesional en comparación al DVD que tal vez saquen esos mismos músicos, de esa gira o de otra parecida. Yo he llegado a ver alguien hacerse una foto – selfie con el escenario detrás cuando el grupo tocaba su mayor hit, por el hecho de ser ese hit… pues sí que tiene mucho valor siendo una foto y por lo tanto imposible identificar a posteriori si estaban tocando ese o cualquier otro (salvo porque él lo recuerda…). A cambio, sacrificas el disfrutar de la música sin distracciones (propias o ajenas), que es como se disfruta de verdad de la música. Total, que mientras me fastidio sin poder ver bien el concierto, pienso en lo poco reflexiva que es la gente en esos momentos, y me cabreo aún más.
Sin embargo, esta vez también voy a mencionar una parte más o menos útil a nivel de conocimiento por parte de los vídeos que se graban en conciertos y luego se suben a internet. Tiene que ver con la percepción de la calidad de sonido de un determinado reciento, en diferentes zonas del mismo. El recinto en concreto es la Cubierta de Leganés, cuya acústica en la parte alta de la grada suele ser lamentable, y la diferencia con lo que se oye en pista puede llegar a ser muy sorprendente. Es algo que llevamos sabiendo muchos madrileños aficionados al rock y a las actuaciones en vivo desde hace muchos años (cuarto de siglo en mi caso), pero que solo se puede comprobar si uno se mueve de sitio en un mismo concierto. Eso es algo que no haces si ya estás abajo, porque si está sonando bien no lo vas a estropear yéndote arriba, y si abajo también está sonando mal lo normal es que subiéndote todavía lo empeores. Es más lógico lo contrario: estar arriba y decidir bajarte para tratar de arreglarte un desastre. Las pocas veces que yo estuve arriba, tuve la surte de que no fueron malas (entre otras cosas porque el techo de la cubierta, que es móvil, estaba abierto, y eso ayuda a evitar el problema del rebote). Por lo tanto, aun conociendo la información de esa diferencia de calidad de sonido, nunca lo había comprobado por mí mismo.
Ahora no se puede pasar de la pista a la grada ni viceversa en la maldita Cubierta de Leganés (normas vigentes en estos tiempos) pero, con la tecnología actual, he tenido la oportunidad de hacerme una idea clara de eso que siempre había sabido pero nunca había comprobado en persona, y me ha parecido mucho más increíble de lo imaginable: El pasado 17 de noviembre, en lo alto de la grada sufrimos un sonido nefasto escuchando al grupo estadounidense de metal progresivo Dream Theatar (que para más inri son de los músicos de rock más técnicos y virtuosos del planeta, de los que buscan la perfección en la interpretación y en el sonido), y no nos creíamos los mensajes de WhatsApp de conocidos que estaban en pista diciendo que estaba resultando espectacular. Cuando pude comprobarlo al día siguiente entrando en Youtube me quedé pasmado: No sólo había desperdiciado el precio de una entrada asistiendo a la percepción de una acústica vergonzosa, sino que en el mismo lugar, a apenas unos muy pocos cientos de metros, miles de personas estaban disfrutando de un concierto radicalmente distinto, porque incluso grabado con un móvil se escuchaban bastante bien aquellos temas que arriba nos habían parecido un barullo insoportable.
Así que si, los videos grabados con smartphones por una vez me han servido de utilidad… en este caso, para no volver jamás a comprar una entrada de grada en ese desastroso recinto. Lo cual me lleva a pensar que, otra vez, la tecnología ha contribuido a cabrearme aún más. Vamos, que no tengo remedio con mi tecnofobia.