A riesgo de parecer un tiquismiquis, o un estirado con modales del siglo XIX, hoy voy a aprovechar este espacio para desahogar mi rabia ante alguna que otra conducta propia de la era de las tecnologías digitales que me ponen de los nervios.
Es innegable que dispositivos como los smartphones y todo lo que se puede hacer con ellos han cambiado los hábitos de la gente. De alguna manera, se reformula lo que se considera correcto y lo que no, y si el 99% de la gente se ha subido al mismo carro de la tecnología, las cosas que molestan y que no molestan se asumen de manera colectiva, lo cual no significa que necesariamente lo aceptable se pueda convertir en inaceptable y viceversa.
Esto ocurre por ejemplo cuando los amigos, familiares, conocidos, etc. se juntan en una comida y los teléfonos móviles están sobre la mesa. ¿Es ahora más aceptable desatender a los presentes si nos llaman o nos escriben en alguna app de mensajería instantánea que cuando tales cosas no podían ocurrir? Pues hombre, salvo caso de urgencia o fuerza mayor, a mí me parece que sigue estando feo. Pero claro, ya leí en un libro que los más jóvenes habían adoptado normas de conducta como que mientras no se deje a una única persona de la mesa desatendida (es decir, que al menos dos de los presentes sigan hablando entre ellos), los demás no se sienten mal. No sé lo que opinarán de cuando todos los presentes sin excepción están mirando el móvil, y ninguno habla entre ellos; claro, nadie puede ofenderse porque todos están a lo mismo, pero ¿para eso habéis quedado, para estar cada uno en su burbuja? Por no hablar de la imagen que da algo así visto desde fuera… Pero claro, qué le importará a los demás…
Luego está la situación de una quedada entre dos únicas personas, cuando una de ellas está pendiente con demasiada frecuencia del smartphone. En esa sí que me he visto más de una vez (obviamente, siendo el Pulpo en la nube condenado al ostracismo), y aquí es donde ya empiezo a irritarme ligeramente. Alguna película y/o serie ha retratado esa escena, y en un momento dado la persona desatendida, mientras la otra le dice que le sigue escuchando aunque esté mirando el móvil, empieza a hablar de cosas absurdas como el unicornio en el que ha viajado para llegar allí o el extraterrestre del planeta Vulcano que vive ahora en la casa de enfrente, mientras el otro sigue diciendo “si, si” como un autómata mientras contesta al WhatsApp o al Telegram. Probadlo en la vida real, al menos te entretienes un poco.
Pero la situación que cualquier día de estos me va a sacar de mis casillas es la de ir en el transporte público y no encontrar un asiento o lugar donde no haya cerca alguien con el volumen del móvil en modo “compartir con el resto del vagón”. Ya sea con un estridente vídeo personal de familiares con niños berreando, o viendo por internet algún clip con la música a todo trapo, esa gente ha decidido que la vergüenza no existe, o que el resto del mundo les da igual. A veces, me da por practicar la estrategia de mirar fijamente a alguno de estos con cara de Harry el Sucio mientras sujeto el libro que no me está dejando leer en paz, y pocas veces sirve de algo. Pasar a la opción del diálogo con el o la, a priori maleducado/a, con mayor o menor grado de muestra de cabreo por mi parte no me suele convencer como opción, por lo que pueda pasar. Me gustaría probar lo que vi una vez a una mujer que le ofreció sarcásticamente unos auriculares a un molesto ruidoso de estos, pero hacerlo siempre me supondría un gasto en dichos auriculares que no me da la gana asumir. Llevo tiempo pensando en hacerme una camiseta con un logo de unos grades auriculares rodeando un smartphone y un mensaje que diga “no compartas tu ruido, gracias”. Y la otra que he pensado es contraatacar, poniendo mi propio móvil al mayor volumen posible al lado de alguno de estos notas. Para ello, vendría bien poder usar una canción muy ruidosa, tipo punk – hardcore extremo, con una letra que diga cosas como “¿a que jode?”. Igual me pongo a crearla con alguna aplicación de inteligencia artificial generativa…
En el fondo, parte de lo que ocurre es que los clásicos chulitos de barrio que hace 40 años iban por la calle con su radiocasete a todo volumen ahora pueden ser cualquiera, porque cualquiera lleva encima una tecnología que permite hacer ruido. Llevando al extremo la reacción antes explicada de contestar uno mismo con tu propio móvil, podría acabar llevando a un caos en el que todo el mundo en el vagón o autobús llevase su dispositivo a todo trapo, mezclando todo tipo de vídeos, estilos musicales y ruidos, lo cual sería insufrible, pero al estar siendo provocado y sufrido por todo el mundo nadie podría quejarse de nadie, como en el caso de la cena en la que todos están sumergidos en su teléfono. Que conste que no lo hago para dar ideas, sino todo lo contrario: Imagínate, tonto del móvil, que todos hiciéramos lo mismo que tú.
Para finalizar, una mención a otros que tampoco me parecen precisamente avispados o respetuosos: Los que mantienen una conversación móvil en el coche con el equipo de sonido del mismo a todo trapo; tanto que cuando el coche está aparcado, medio barrio está escuchando al interlocutor al otro lado de la línea, sin que por cierto este lo sepa. De verdad, hacéroslo mirar: lo de la cera en vuestros oídos, lo de vuestra incapacidad para ajustar el volumen, o directamente lo de vuestra cabeza.