El Boyero techie: High Score, el mundo de los videojuegos

La selectiva historia de la industria del gaming

Tal vez no estemos transitando precisamente el campo cinematográfico, que es el que Carlos Boyero más frecuenta, ya que últimamente nos ha dado por las series en esta sección. Pero por un lado es lo que está de moda, por otro nos quedaba pendiente tocar el documental, y finalmente queríamos tratar algo de lo que solemos hablar en este blog (por aquello de nuestro espíritu lúdico), que son los videojuegos.

Así pues, nos hemos puesto a ver la serie de High Score, lanzada por Netflix el año pasado, y creada por France Costrel. En ella se repasan unos cuantos hitos de la historia de la industria de los videojuegos, desde el punto de vista de los programadores, de las compañías del sector, y de los propios jugadores, a lo largo de las décadas. En principio, es el típico contenido que se suele describir como “ideal para fans” o, en este caso especialmente, “para friquis”.

Pero (siento empezar tan pronto con los “peros”), es precisamente esa necesidad de suscitar el gancho en la temática lo que hace que, fuera de la propia temática, la serie me parezca, como mucho, curiosa o interesante, pero lejos de ser estimulante. Creo que no convencerías con ella a alguien profano, vaya. Es como lo que me pasó con la aclamada película “Bohemian Rhapsody”: Si no es por Queen, la peli en sí, ni fú ni fá: Me quitas sus canciones y me las cambias por las de un grupo desconocido, y se queda en lo que es: una historia tendente a anodina en cuanto a desarrollo, guion y diálogos (independientemente de que visualmente mole y las caracterizaciones sorprendan).

Los dos únicos episodios que me dieron cierta sensación de apego anímico son los dos primeros, los referentes a los primeros juegos de Atari, como Pac-Man, y la revolución de Nintendo con Donkey Kong. Ahí sí veo un aporte iluminador acerca de cómo se empezó a desarrollar el mercado, junto con un toque romántico y muy curioso. Me sorprende por ejemplo que Space Invaders se basara en un juego anterior tipo “machaca – ladrillos”; ignoraba que ese “proto – Arkanoid” fuera anterior, aunque su parecido con el prehistórico Pong lo hace lógico. Y me llama la atención cómo va apareciendo alrededor del sector el “ecosistema de medios y merchandising” que los que llegamos más tarde ya conocimos desarrollado y recibimos como normal o establecido; digo esto, sobre todo, por las revistas especializadas; yo recuerdo comprar en los 90 Micromanía, pero tal y como te lo cuenta el documental, percibes lo marciano que podía resultar a quienes lo vieron nacer 20 años antes.

También vuelven a aparecer los conflictos legales entre compañías tecnológicas, un poco al estilo de como nos cuentan en la película La red social, así como los inventores que luego quedan relegados al olvido frente a los triunfadores que replicaron la idea después, como en El código que valía millones, en referencia a la invención de la primera videoconsola con cartuchos intercambiables. Todos estos aspectos sí me parecen interesantes, me aportan datos curiosos que me hacen ver la historia de esta industria de otra manera.

Sin embargo, después la serie me da la sensación de entrar en una especie de bucle de homenaje casi publicitario (o sin el casi) a compañías y juegos concretos, que no digo que no fueran un bombazo en su día, pero que por una parte no representan todo lo que hubo, y que por otro me crea un ligero tufillo de complacencia que me lleva un poco a la decepción y el desinterés, aunque pueda seguir habiendo momentos curiosos.

Alguien podría decir que es una cuestión de mi nostalgia concreta, que tira más a las viejas glorias de los 8 bits (ya escribí una entrada sobre aquello), pero entonces el último capítulo, sobre los videojuegos de acción real en 3D, a los cuales también jugué bastante, debería haberme gustado tanto o más que los dos primeros, y lo veo como apenas interesante, sin más. No me aporta mucho que me cuenten una historia que, si no conocía del todo, al menos podía intuirla. Es más el “cómo molaban esos juegos” que el “cómo mola la serie que me habla sobre ellos”. Como lo de la película Bohemian Rhapsody y Queen. Prefiero echar mil partidas antes que ver una vez el documental, como prefiero escuchar mil canciones de Freddie Mercury o de Brian May antes que ver una vez la película.

Es curioso, porque en referencia a ese último capítulo, yo iba con bastante retraso en mi vida y los videojuegos: Wolfenstein salió al mercado (principios de los 90) cuando yo todavía jugaba con mi Amstrad CPC 6128, y Doom cuando aún me funcionaba el mencionado “cacharro” (un ordenador revolucionario en su día, nunca hice tantos amigos que vinieran a mi casa…). Sería ya a finales de los 90 y principios de siglo, ¡y todavía sin Internet! Cuando jugué a esos juegos o al Half Life… Ahora que incluso esos juegos 3D se quedaron muy atrás, yo vuelvo a jugar con un emulador del Amstrad CPC, e incluso con una versión actual de la vieja Atari pero sin cartuchos, que tan buenos recuerdos me trae de cuando en los 80 jugaba con la original en casa de mis primas (y en esa época ya estaba 10 años anticuada…)

…No sé si tendría para mí un efecto más emotivo un documental sobre los videojuegos de la edad de oro del sector en España, que son los que jugué yo en aquel Amstrad: Game Over, Camelot Warriors, Army Moves, Operation Wolf, Batman – The Movie, Kick-off… De momento, este High Score me ha parecido interesante pero flojo, por debajo de la expectativa que me había creado cuando lo vi anunciado y lo añadí a mi lista de contenidos para ver. Tal vez haya que esperar a no sé si posibles temporadas nuevas que pudieran completar los vacíos.

 

Nota del Pulpo: 6 / 10