El lunes, con el comienzo de la nueva e imprevisible temporada 2020 – 2021, mencionamos en nuestro primer post tras las vacaciones que en breve adelantaríamos alguna de las ideas que pululan por nuestra loca a la par que genial cabeza para tratar en este nuestro querido blog. Bueno, pues al revés de lo que diría Aragorn antes de la batalla, hoy sí es ese día.
Creo que en algún momento he mencionado ya que una de las cosas que me cambiaron del confinamiento es que experimenté una transformación total respecto de mi actitud ante las series: Pasé de ser totalmente reacio a seguir ni una sola de ellas (mientras amigos, compañeros y familiares discutían frecuente y acaloradamente a mi alrededor por hacerse spoilers sobre el último muerto de “Juego de Tronos” o la última ocurrencia de Walter White para disimular ante su cuñado en “Breaking Bad”), a convertirme no digo en un fan o en un adicto, pero sí en alguien tan interesado en la ficción televisiva como cuando de chaval no me perdía ni un episodio de “McGuiver” o “El Coche Fantástico”. El saber de repente que mi contrato de telefonía incluía Netflix ayuda, también te digo…
No voy a desgranar cuáles son las series que estoy viendo, sino que voy a ir al grano sobre la que pretendo hablar por aquí, una que todavía no me he puesto a seguir. Podéis imaginar que, más allá de esa lógica deductiva de brillante profundidad intelectual consistente en fijarse en el título de esta entrada, sumado a tener un amplísimo vocabulario de ese desconocido idioma que es el inglés, esa serie es una que tiene mucho que ver con la temática que tratamos en esta humilde bitácora: Black Mirror.
Hasta ahora sólo he visto, de manera eventual el verano pasado, dos episodios y un cuarto de otro de esta distópica serie. De uno de ellos ya hablé por aquí, aquel de la chica obsesionada con acudir a la boda de su popularísima amiga de la infancia, con el objeto de mejorar su valoración en una Red Social y con ello poder comprar la casa de sus sueños, en una sociedad futura que exige ese estatus basado en el número de estrellas que cada uno consigue de los demás. Dicho episodio, Nosedive se llama, tengo entendido que sintetiza muy bien la filosofía de la serie: llevar el mundo tecnológico actual “un paso más allá” hacia la ciencia ficción, para presentar situaciones dramáticas e incluso terroríficas como ejemplo del lado oscuro de la era digital que estamos viviendo. Lo que da mal rollito es cuando el “paso más allá” es muy cortito, cuando la actualidad y la ficción parecen tan cercanas, y el episodio mencionado podría ser perfectamente un caso de ello.
En fin, que teniendo eso último en cuenta, y como servidor es un conspiranoico y un tecnófobo tocapelotas, esta serie me viene de perlas para desarrollar contenido sobre una temática que, al fin y al cabo, es idónea para el Pulpo. De hecho, no sé que hacíamos, desde hace ya casi cuatro años que llevamos escribiendo chorradas por aquí, que no entrábamos en materia con semejante filón para la polémica tecnológica. Es más, hacía muuucho tiempo que tenía esta idea en mente, y al fin creo que la voy a poder materializar, Netflix mediante. Además, que como soy una especie de crítico de cine frustrado, lo cual es muy triste porque el crítico de cine es a su vez un director de cine frustrado, así que yo estoy posiblemente frustrado al cuadrado, con esta nueva idea voy a poder desquitarme en ese sentido.
No sé cuándo exactamente empezaré a escribir entradas sobre el Espejo Negro; antes quiero acabar alguna otra serie. En cualquier caso, permaneced atentos…