Ahora que Elon Musk se va a hacer con Twitter, y que con motivo de ello ha dicho al mundo que va a defender tanto la libertad de expresión como la lucha contra el spam en esta red social, parecía muy oportuno que nuestro molusco cinéfilo digital viese y comentase la película La Columnista.
Y es que este film holandés dirigido por el debutante Ivo van Aart no sólo toma como plataforma base precisamente la del pajarito azul (sin que su mensaje deje de ser universal y válido para cualquier otra), sino que precisamente enfrenta esas dos perspectivas, la de la libertad de expresión y la de la difusión del odio, en otro de esos asuntos polémicos y ambiguos de los que por cierto hemos hablado hace poco, y que serían más fáciles de gestionar si todo el mundo entendiera (y supiera aplicar) que la libertad de uno no tiene más remedio que terminar donde empieza la de los demás.
El aspecto en el que más incide la película, de forma intencionadamente exagerada (hipérbole se llama el recurso artístico, de toda la vida), es la manera en que el odio recibido por alguien en redes sociales va transformando a la persona hasta convertirla en lo contrario de lo que defendía, abrazando ella misma ese odio como forma de defensa (convertida ya en ataque). Ese es precisamente el concepto de difusión del odio, que yo en cierta ocasión acuñé en este mismo blog como “el fractal del odio”.
Respecto al factor psicológico de este asunto, que no es baladí, precisamente la vivencia personal en Internet que me llevó a escribir aquella entrada (y que en la misma resumo pero despersonalizándola) me produjo algunas dosis de ese “encendido” (al más puro estilo del personaje de Ira en la peli de Pixar Inside Out) que llevan a la protagonista de La Columnista a llevar a cabo su drástico sentido de la venganza; no os preocupéis, a mí no se me pasaría por la cabeza llegar a ni la mitad de ese punto… De hecho, mi modesta e inocua venganza fue escribir aquel post (al menos me sirvió de desahogo).
Sin entrar a recordar aquella anécdota en concreto (para eso está la mencionada entrada), lo que sí recuerdo es que hasta hace varios años, de vez en cuando (pero muy, muy de vez en cuando) me daba por entrar al trapo en debates en la red. No en redes sociales, porque como buen pulpo no tengo ninguna, pero sí en foros, o en comentarios de artículos o blogs, o en los de Youtube por ejemplo. Y claro, más de una vez, y de dos y de tres, salía escaldado. Y la sensación que me producía no era solo de cabreo, sino una mezcla en la que también estaban una especie de ansiedad, otra de miedo y otra de humillación. Un cóctel ante el cual la defensa más habitual, si uno no quiere rendirse y arriesgarse a la depresión, es convertirse en lo mismo que el atacante, como hace la columnista en su película homónima llevándolo al extremo.
Con el tiempo, a mí no me pasó ni lo de rendirme ni lo de rebelarme, sino que sencillamente adopté actitud de pulpo en la nube, y la indiferencia y el alejamiento me llevaron a ver todo esto desde fuera (como de hecho lo veía también antes casi siempre, salvo en esas contadas ocasiones en que piqué el anzuelo). Y desde fuera solo se ve un mundo polarizado, más de lo que me parece que nuestros conflictos necesiten realmente, en el que por ejemplo mis amigos discuten sin llegar a ningún sitio sobre política, fútbol, etc., en su grupo de WhatsApp, a veces se cabrean como niños pequeños hasta salirse (eventualmente) del grupo, pero luego se ven en persona (también conmigo, el rengado de WhatsApp) y parece como si no hubiera pasado nada. Y mientras se montan esos pollos, me imagino que Mark Zuckerberg sacará algún partido a todos los mensajes que se envían. No puedo evitar sentirlo como absurdo. Y, al mismo tiempo, yo siento una paz interior como pocas veces en toda mi vida.
Pero claro, al mismo tiempo que deseamos que en redes sociales haya más cordialidad y la gente no se tire los trastos a la cabeza, también queremos que se respete la libertad de expresión. Y ambas cosas deberían ser compatibles, pero claro, si uno que odia a otro dice libremente lo que piensa, el segundo se enfada, y entonces aparecen los “ofendiditos”, llamados así por gente paradójicamente ofendida porque su mensaje les haya ofendido. El fractal del odio otra vez.
Y entonces le pasa a la gente lo que le pasa a La Columnista (sin llegar a esos extremos): Que se arma un galimatías entre defender la libertad de expresión de su hija, incluso aunque sea insultando al director de su instituto, y al mismo tiempo censurar por vía violentamente expeditiva a los que la insultan a ella en Twitter. Y resulta que eso le ayuda a potenciar su habilidad como escritora. Pues eso es lo que hice yo cuando me pasó lo que a ella: Escribir directamente aquella entrada, una de mis favoritas de este blog, (como buen bloguero = columnista del siglo XXI) pero sin pasar por el método en paralelo de la tragedia de Puerto Hurraco.
Total, que el mensaje de la película está claro, incluso enfatizado con metáforas visuales válidas pero algo obvias: La tela de araña como la red en que caemos online, la maqueta como la visión en miniatura del mundo que es en realidad Internet o los dedos cortados como símbolo del arma de difusión del odio a través de los móviles. Es correcto, pero no va más allá de algo que empieza a estar muy visto, manido, y sin embargo no sabemos cómo solucionar (ni siquiera sabemos si seremos capaces de solucionarlo, e incluso ni si queremos solucionarlo -ya que muchos creerán que no hay nada que solucionar-). Pero, oye, estamos salvados gracias a Elon Musk, claro que sí.
Quizá lo que hace que esta película no me haya gustado más es que, sin ser ciencia ficción (al contrario, es realista en cuanto al mundo mostrado), vuelve a caer en el síndrome de la oscuridad y el pesimismo de Black Mirror que no parece servir para resolver o al menos concienciar sobre lo que avisa, e incluso convierte esa crítica en autoparodia a ojos de la mayoría entusiasmada con la tecnología, con lo que casi sale el tiro por la culata.
En fin, yo aconsejo a la gente que cada vez está más quemada con la mala leche en Internet que, sencillamente, pase de todo y se escape al monte, y que se convierta en un pulpo en la nube: La serenidad pasará a ser vuestro mantra y sentiréis el sosiego con el que se percibe hasta cómo crece la hierba sin esfuerzo alguno. Os dejo, que estoy atareado en distraerme para no mirar el móvil y que los cabr***s que se han empeñado en hacer pu*** spóilers de Better Call Saul no se salgan con la suya, los muy hijo de p***, la madre que los p****…!!!!!
Nota del Pulpo: 6 / 10