El Boyero Techie: La red social, David Fincher, 2010

A Mark Zuckerberg no le gusta esta película… o sea que al Pulpo sí

Lo prometido es deuda, amigos: Comenzamos hoy esta anunciada sección de críticas cinematográficas y televisivas sobre ficciones y documentales relacionados con el mundo de la tecnología. Y lo hacemos con una de las películas que mencionamos en la lista de la entrada con la que dimos a conocer esta iniciativa, con la que nuestra mascota espera poder seguir la estela dejada la pasada temporada con el Espejo Negro.

La red social es una película dirigida en 2010 por David Fincher, famoso y prestigioso responsable de peliculones como Seven o El club de la lucha, así que no hablamos de cualquiera, y se nota al verla. Basada en una novela de Ben Mezrich, cuenta cómo Mark Zuckerberg creó Facebook, así como algunas de las disputas legales en los primeros años de la compañía de la que sigue siendo la red social por antonomasia.

Esto último ya es algo que nos llama la atención casi desde los primeros momentos del metraje, porque el señor Zuckerberg se ha visto envuelto (con razón) en tantas controversias y demandas a lo largo de su carrera, que el hecho de que las vistas legales sirvan de motor narrativo del film resulta ser el mejor acierto del guion, tanto por la fortaleza de la estructura y el ritmo como por la ironía que eso lleva implícito.

Y es que no deja de resultar igualmente irónico (pero previsible) que las polémicas hayan seguido acompañando al millonario precoz años después del estreno de la película, siendo las que no llegaron a tiempo de formar parte de la misma las más polémicas, porque no atañen simplemente a los miembros de la empresa sino a millones de usuarios de Facebook en todo el mundo: Las violaciones de privacidad de datos, de las que por cierto hemos hablado más de una vez en este blog.

De hecho, la película ya nos advierte premonitoriamente de ello desde las primeras escenas: El primer experimento proto-Facebook del genio de la programación todavía adolescente, llamado Facemash, fue una violación de la privacidad en toda regla (por no hablar de denigrante y machista), por la que Zuckerberg se llevó la primera reprimenda legal de su carrera, en este caso a nivel universitario. Años más tarde, cuando Facebook ya tenía cientos de millones de usuarios, su líder llegó a decir (esto ya no sale en la película) que la privacidad ya no era una norma social relevante y que a la gente había dejado de importarle. Todavía años más tarde, tuvo que pedir perdón ante el senado de EEUU por la filtración de datos de Cambridge Analytica, reconociendo (con la boca pequeña, o sea, hipócritamente) que “algo habían hecho mal” en torno a la privacidad de los datos. Y tiempo después se supo que tras este último episodio Facebook había seguido vendiendo datos de sus usuarios a otras empresas si su consentimiento (de ahí lo de la hipocresía, sumado a lo de su "cambio de opinión" respecto de cuando dijo que ya no era relevante).

Hace tiempo que el mundo de la tecnología y de Internet ha entrado en la fase de “esto hay que arreglarlo, limpiarlo de alguna manera”. Aparecen la RGPD, la propuesta de desaparición de las cookies (que se sigue posponiendo año tras año), y los formularios interminables y que casi nadie se lee ni cumplimenta para que cada usuario pueda elegir sus preferencias en el funcionamiento de las mencionadas cookies. Sucesos polémicos como los de Facebook han puesto en pie de guerra a industria, usuarios, asociaciones e instituciones gubernamentales, pero la sensación es que se ha llegado tarde. Un poco como con lo del cambio climático, que cuando ya parece que es irreversible ahora todo el mundo se apunta a ello pero para lavar su imagen, cuando hace décadas que se tendría que haber resuelto ya. Con la privacidad pasa algo parecido: Ya es una especie de “concepto en peligro de extinción” que de repente valoramos y tratamos de salvar a duras penas, cuando hace tiempo que la hemos desterrado de nuestro comportamiento social, cumpliendo lo que dijo Zuckerberg acerca de que ya no era relevante. El problema es que Zuckerberg ya pisoteaba la privacidad con Facemash en una época en la que la privacidad todavía era un valor respetable.

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Alguno dirá, y no sin falta de razón, que Zuckerberg en realidad reveló la debilidad de los sistemas informáticos que protegían los datos que usó para crear Facemash, y la película también lo expone muy bien. Pero toda la carrera posterior del genio demuestra la hipocresía (otra vez) que esconde esa -infructuosa-  defensa: Vosotros protegéis mal la privacidad, pero yo directamente me la paso por el forro porque esa es la manera de alcanzar mis objetivos, mi éxito. Tan culpables unos como otros. Y como todos somos igual de culpables, pues lo dicho: A nadie le importa la privacidad. Nadie es “malo” o “bueno”. Y lo triste es que eso también tiene su parte de verdad.

El film revela otra característica de nuestro tiempo al albur del dominio digital en la economía mundial: La sacralización de la popularidad en redes sociales como moneda de cambio para alcanzar el éxito a toda costa, de nuevo pasando por encima de cualquier escala de valores morales: Tantos te conocen, tanto vales. Tantos te siguen y te hacen likes, tanto eres. Y para ello, todo vale. No significa esto que no haya multitud de blogueros, o youtubers, etc., que hagan su trabajo de una manera totalmente digna e incluso en algunos casos alcanzando el éxito, pero el juego mayoritario es el que es. Y los personajes representados por la película dan exactamente ese perfil del internauta exitoso en este siglo XXI: Los gemelos rivales de Facebook, el fundador de Napster, el propio Zuckerberg… Seres ególatras y amorales, básicamente. Al final de la película, Mark se muestra preocupado por no parecer una mala persona ante la abogada becaria, y ésta le tranquiliza, le da la dosis de lavado de conciencia que necesita… Pero luego no consigue la petición de amistad que busca en su propia aplicación: Reconozcamos que este detalle es una licencia del guion que no hace honor a la vida real del empresario, pero es perfecto como metafórica conclusión final.

A nivel más técnico, más propio de la temática de un medio tecnológico, la película da pinceladas de la vida de los programadores, pero pasando un poco por encima (no es un film para frikis de la informática, vaya). En una ocasión se utiliza para poner de relieve la extraordinaria inteligencia del protagonista (la pregunta en clase acerca de detalles de almacenamiento y bits y demás). En otra, la mencionada creación de Facemash, a Zuckerberg le habría bastado con ponerse la capucha de su sempiterno chándal para representar al icónico hacker (porque de hecho es eso lo que está siendo). En otra vemos una competición precisamente de hackers alcoholizados, que luego resulta que le sirve a Mark para reclutar a un nuevo programador de Facebook. Y en otra vemos la (falsa) primera versión de The Facebook un poco como cuando en nuestra oficina nuestro informático nos enseña su próximo diseño de Hay Canal, lo que me resultó una situación extrañamente familiar viendo la película.

Finalizaremos esta primera reseña de la temporada, en la que reconocemos que nuestro Pulpo se ha puesto inesperadamente más serio que el propio Carlos Boyero, con una valoración final de la calidad de la película. El guion de Aaron Sorkin es impecable, perfecto; casi da la sensación de que Fincher no tuvo que hacer un gran esfuerzo para que parezca que la película no tenga defectos, como así es. De hecho, es una dirección muy poco entrometida, sin grandes florituras como las de las al principio mencionadas obras maestras del realizador, pero no por ello exenta de mérito y de inteligencia. Lo cual hace que la película me parezca muy interesante y entretenida, pero no excesivamente emocionante, de hecho tirando ligeramente a poco. En cuanto a la interpretación de Jesse Eisenberg en el rol principal, me da que exagera la frialdad de Zuckerberg más allá de la realidad, entiendo que por decisión de los realizadores más que suya, y acaba pareciendo una especie de Sheldon Cooper pero con el agravante de que a Mark su inteligencia no le ciega respecto del daño que hace a los demás (es plenamente consciente de que es un capullo, vaya) y, sobre todo, hace mucha menos gracia. Pero esto último al Pulpo le parece una buena decisión, que cree que el líder de Facebook (el real) se merece… ¿Para cuándo una segunda parte con lo de Cambridge Analytica, por cierto…? Ahí lo dejo, David Fincher…

 

Nota del Pulpo: 7,5 / 10