Pues nada, que las vacaciones se acercan, julio es un mes muy tranquilo en el sector IT (y en otros muchos), y yo sigo leyendo el libro del que os hablé en la entrada anterior, acerca de las consecuencias, no siempre positivas, de la revolución tecnológica en nuestras vidas y relaciones. Pero en este caso, para reforzar la idea de que ni el libro (En defensa de la conversación, de Sherry Turkle) ni yo pretendemos alentar la tecnofobia, hoy voy a tratar algún aspecto positivo de las herramientas digitales que se comenta en esta obra, para además dejar un mejor sabor de boca antes de largarnos y hacer las maletas.
Ojo, tampoco va a ser oro todo lo que reluzca. En el caso del uso de aplicaciones para monitorizar nuestro estado de ánimo, que es el tema del que voy a tratar en esta nueva entrada, la clave está en saber interpretar y aprovechar la información que estas tecnologías nos ofrecen, porque en caso contrario no sólo no serán útiles sino que podrían ser contraproducentes.
Como explica Turkle, ya tenemos computadoras programadas para realizar el papel de un terapeuta, dispositivos que miden datos fisiológicos relacionados con el estado de ánimo, o apps que analizan la situación emocional por la que pasamos basándose en las palabras que usamos el escribir sobre cómo ha sido nuestro día. La psicóloga autora del libro cita a una colega suya de profesión que trabaja en Intel, y que afirma que lo interesante de estas herramientas no es tomarlas como un resultado final, sino como un punto de partida, una referencia a partir de la cual reflexionar, aplicando posteriormente los cambios necesarios en nuestra vida. El riesgo de hacer lo contrario, explica Turkle, es que la persona puede acabar reducida a un mero “yo cuantificado o logarítmico”, igual que cuando traduce su ejercicio físico a kilómetros de carrera o pasos andados.
Frente a estas apps específicamente ideadas como auto-terapia, las redes sociales que todos conocemos también pueden crear un efecto contraproducente. En Facebook los usuarios procuran mostrar su mejor cara, recibir Likes, y casi siempre evitar mostrar estados de ánimo negativos con los que podrían no ser “bien recibidos” por el resto. La sensación puede ser positiva a priori, pero se acaba creando una versión de uno mismo que no es real, y que no sirve para afrontar la parte negativa de nuestras vidas. En los viejos diarios en papel (¿sabrán los millenials qué es eso?), se escribía sobre uno mismo sin tapujos, ya que en principio no lo iba a leer nadie más; eso se pierde al sustituir un diario por algo que va a ser leído por cualquiera, desconocidos incluidos.
Aquí Turkle apunta otra alternativa tecnológica que sí puede favorecernos: La del uso de avatares en los personajes de videojuegos online. Mientras que en las redes sociales nos representamos aparentemente a nosotros mismos y podemos acabar creyéndonos que somos tan perfectos como nos mostramos, en los juegos somos conscientes de estar representando a un personaje, pero al mismo tiempo interpretar ese rol puede ayudar a reforzar aspectos de nuestra personalidad que en la vida real no se nos dan bien. De hecho, alguna experiencia narrada en el libro así lo demuestra.
Centrándonos en la aplicación antes mencionada sobre medición del estado emocional sobre un escrito, se produce una curiosa paradoja. Una usuaria de ésta app cuenta que la primera vez que la utilizó, al escribir lo que realmente sentía sobre cómo había sido su día, el resultado del cálculo que hizo la herramienta concluyó que era introvertida y se daba demasiada importancia a sí misma. Tras el desaliento inicial, y algunos días más de críticas similares, decidió engañar a la aplicación escribiendo lo que ésta debería leer para dar resultados más positivos: Empezó a escribir menos sobre sí misma y más sobre las personas con las que compartía su día a día. El resultado del logaritmo empezó a ser positivo... y al parecer la actitud personal de la usuaria en su vida también. Se trata del concepto psicológico de “fingir que eres algo hasta que te conviertes en ello”, como el hecho demostrado científicamente de que forzar la sonrisa libera componentes químicos asociados a la felicidad, que es como decir que sonriendo cuando estamos tristes engañamos al cerebro. Esto, la verdad, parece entrar en contradicción con la idea de que simular la perfección en Facebook no es positivo, pero claro, Facebook sólo ofrece Likes, no críticas constructivas, y por lo tanto no llegas a ver tu parte negativa. Por supuesto, no hay que confundir la función de las redes sociales con la de apps específicas para terapia; el problema es que mucha gente, especialmente jóvenes, lo confunde, incluso inconscientemente.
Turkle está convencida de que el psicoanálisis clásico tiene mucho que aportar a las tecnologías que cuantifican nuestro estado de ánimo. Para ella, el futuro ideal sería que la gente analizase los datos de esas aplicaciones junto a científicos informáticos que nos explicasen cómo funcionan los algoritmos de esos programas y a terapeutas que nos ayudasen a aplicar correctamente los resultados a nuestras vidas reales.
Lo que yo no sé es qué está haciendo Woody Allen que no se pone a escribir una película centrada en este nuevo escenario terapéutico - digital, una especie de versión actualizada de su sempiterno psicoanálisis cinematográfico...
Post by Albert