Si, vale, de acuerdo, este tema está muy manido, Rachel ya lo tocó, ahora llega el pesao del tecnófobo dando la turra, etc., etc. Pero voy a hacer un esfuerzo por tratar el tema de una forma lo más diferente posible, porque a veces ocurre que el ruido y lo recurrente acaba por ocultar cosas que estamos pasando por alto.
La cuestión es que eso de la adicción al móvil - a niveles patológicos o cercanos a ello -, se ha venido considerando algo muy minoritario, casi residual, como para montar una campaña de alarma social contra la tecnología. Pero cuando la intención no es esa, y al mismo tiempo un estudio reciente nos cuenta que es ya un 27% de españoles los que reconocen tener dificultades para tomarse un respiro de la tecnología, incluso cuando son conscientes de que es necesario hacerlo, alguna reflexión habrá que hacer, no por ello en contra de la tecnología en sí.
Por acotar y matizar conceptos. Parece lógico razonar que la interpretación no debe ser que 27% de españoles puedan ser considerados ya como adictos patológicos a la tecnología. Ahora bien, ¿cuántos de ellos ya sí tienen un problema grave, y cuántos están cerca de llegar a tenerlo? ¿Y en qué consistiría exactamente dicha gravedad o dicho problema? Estamos hablando de algo que aún no tiene mucho recorrido cronológico: Pasó mucho tiempo desde que se empezaron a comercializar máquinas tragaperras hasta que se comprobó que podía desarrollarse ludopatía por su uso excesivo. También hay que acotar otra cuestión: La responsabilidad, en mayor o en menor medida, está más en el adicto que en el que crea el objeto de la adicción. Sin embargo, esto no debe eximir a los fabricantes de su propia responsabilidad acerca de lo que nos venden, cómo nos lo venden, y lo que están dispuestos a activar en nosotros para lograr el éxito. Sin que sea el mismo caso en absoluto, si el tabaco mata, pues mata, y algo había que hacer para resolver el problema en la mayor medida posible: Las leyes antitabaco, sin prohibirlo completamente, han reducido su consumo, y por ende se verá un menor número de muertes por su causa. Esto es algo que cada vez menos gente lo discute ya (muchos fumadores incluídos). En el caso de la tecnología, esperemos que la solución no acabe siendo similar, ni de lejos, pero tal vez algo haya que hacer en un futuro (o tal vez prevenirlo cuanto antes).
Pero sin entrar en el terreno extremo de una posible enfermedad, tampoco hay por qué eludir la cuestión de si una adicción excesiva, que nos dificulta desconectar, puede tener otro tipo de consecuencias más sutiles o imperceptibles en un primer momento, aunque tal vez negativas a largo plazo. Cuando este tema es tratado desde una clara posición tecnofóbica, se pierde la credibilidad del argumento: Los nostálgicos que odian todo lo nuevo, y tratan de hacerlo ver como algo malo y punto. Ahora bien, se puede estar a favor de la tecnología, y al mismo tiempo tener un sentido de la responsabilidad en su uso moderado; por la misma razón, si reconoces que tienes dificultades para desconectar, lo que te ocurre podría no ser simplemente la típica cantinela de la adicción de la que hablan los tecnófobos. Y al parecer, eso le ocurre ya al 27% en España.
Estos días estoy leyendo un libro de reciente publicación de la psicóloga nortemaericana especialista en tecnología Sherry Turkle, sobre la influencia de la actual revolución digital en nuestras relaciones. Me parece un claro ejemplo de exposición no tenófoba, de hecho se muestra positiva hacia varias formas del uso de las TI, y al mismo tiempo revela aspectos negativos que estamos pasando por alto. Al principio me parecía que algunos ejemplos me resultaban exagerados, y temía que el libro fuese algo tendencioso, pero supongo que era debido al adelanto que nos llevan en EEUU en la moda tecnológica (y en el mundo en general, donde el mismo estudio de antes pasa del 27% con dificultades para desconectar en España al 34% a nivel global), unido a que buena parte de los estudios y observaciones mostradas eran sobre "nacidos digitales", con nuevas costumbres que entre personas de mi edad no llegan todavía (o en toda la gente) a esos niveles. Lo cierto es que, a medida que el libro avanza, va mostrándose moderado y meticuloso en sus exposiciones, y saca conclusiones que me parecen, como mínimo, intersantes, en muchos casos convincentes. Es probable que me sirva de materia para varias entradas del blog, y en esta misma ya voy a exponer algunas de ellas, para corroborar lo que ya había escrito hasta ahora sobre la adicción.
Lo interesante en ese sentido es que, entre los testimonios de personas con las que se ha entrevistado la autora del libro, hay muchos ejemplos de gente que empieza ensalzando las maravillas de la tecnología con verdadera devoción, pero no puede evitar dejar escapar gestos torcidos al tocar ciertos aspectos del uso de las mismas. Un ejemplo claro es el de la excesiva angustia cuando hay falta de conexión, o el sentir demasiada presión por seguir el ritmo de las comunicaciones móviles mientras intenta estar presente en una conversación presencial, la incomodidad de no querer quedar mal ante los presentes mientras no se puede evitar compulsivamente el uso del dispositivo, padres que ordenan a sus hijos no usar el móvil en la cena pero al mismo tiempo los desatienden porque no son conscientes de hasta qué punto son ellos mismos quienes los están mirando, inclumpliendo su propia regla, o hasta situaciones surrealistas como alguien que, en una pausa de una relación amorosa, el o la amante que se aburre mientras espera se mete en Tinder sin saber realmente por qué (vale, es fácil hacer chistes a partir de esto último, pero no es mi intención en este caso...)
Lo cierto es que el uso poco reflexivo de la tecnología está creando una serie de tendencias que según varios estudios dan lugar a consecuencias no precisamente positivas, especialmente entre los más jóvenes y sobre todo niños. A edades tempranas se desarrolla el sentido de la empatía a base de aprender a conversar, incluyendo mirar a los ojos, y a ser posible sin interrupciones. Años más tarde, jóvenes nacidos digitales revelan en entrevistas de trabajo fobias anteriormente menos comunes a la conversación cara a cara. Entrevistas de la autora del libro, Sherry Turkle, con estudiantes lo confirman: muchos jóvenes descartan automáticamente tener ciertas conversaciones en persona y, por ejemplo, se piden perdón mediante mensajes de email o WhatsApp. La autora defiende que el perdón implica recibir el "feedback" gestual de la otra persona, si no es imposible sentir si el daño se ha reparado, psicológicamente hablando. Otros jóvenes confirman que, efectivamente, los problemas así tratados vuelven a surgir después, no se superan. Recuerdo que he iniciado este párrafo echando la culpa al uso inadecuado de la tecnología, no a la tecnología en sí misma (matiz no tecnófobo, espero). Pero si ese estudio con el que comencé la entrada revela que el uso inadecuado o sin control está aumentando, entiendo que deberíamos preocuparnos.
Cita la psicóloga Turkle al biógrafo de Steve Jobs, contando que el genio fundador de Apple no animaba a sus hijos a usar iPhones ni iPads, y siempre tuvo conversaciones con ellos en las que los dispositivos no estaban presentes. Al parecer, muchas de las cabezas pensantes de las grandes compañías tecnológicas procuran irse de vacaciones a paraisos libres de conectividad. Algo significativo, sin duda. Como también lo es el hecho de que al parecer existan ya algunos desarrolladores de tecnología que se estén planteando el diseño de productos que no incentiven el uso compulsivo de los mismos aumentando su tiempo total de uso y robando nuestra atención, sino que incentiven el aprovechamiento de un tiempo bien empleado, incluso proponiéndolo como un estándar de fabricación, al estilo de las etiquetas ecológicas.
Como explica Turkle, han sido necesarias décadas para conseguir que en los envases de productos alimenticios se indicaran datos sobre nutrientes, calorías, azúcares y grasas, como también pasó mucho tiempo hasta que se idearon sistemas de seguridad en vehículos, tales como cinturones de seguridad o airbags (y se convirtieran en obligatorios). La psicóloga sugiere que si podemos convertirnos en mejores consumidores de alimentos, podemos hacer lo propio con los dispositivos, y evitar el “empacho” de WhatsApps o el exceso de azúcar de los Likes de Facebook. Ella misma afirma que no quiere animar a abandonar la tecnología, sino todo lo contrario: habría que estudiarla con más atención, para aprender a acceder a ella de forma más consciente.
Para demostrar su intención no tecnófoba (y de paso la mía en el mismo sentido), en futuras entradas mostraré ejemplos de lo que Turkle considera aspectos positivos que nos ha traído la revolución digital (junto a otros que no lo son tanto, porque también de ellos –y sobre todo de ellos- hay que hablar, que para lo bueno ya estamos más que enganchados). ¡Por cierto! El libro se llama En defensa de la conversación (ed. Ático de los Libros).
Post by Albert