Tratando de explicar cómo va lo de la computación cuántica

El sumun de la desorientación de un pulpo en la nube

Mientras el metaverso y la inteligencia artificial se siguen repartiendo cabeceras en los medios de información, hay una tecnología disruptiva que se ha ido abriendo paso poco a poco, desde hace varios años, y cuyo nombre a nosotros nos suena más sofisticado y aparentemente innovador, hablando en plata más flipado, con poco que envidiar como título de ciencia ficción a las otras dos. Nos referimos a la computación cuántica.

Pero, sobre todo, nos suena a inextricable, a una de esas cosas que deben ser pero que muy, muy, muy chungas de llegar a entender completamente. Porque si ya de por sí cualquier nueva tecnología que surja en medio de esta era digital tiene unas interioridades técnicas que dan para hacer una ingeniería para ella sola (o eso nos parece a los tecno - profanos), al añadirle a una de ellas el término “cuántico” se expande en nuestra cabeza un universo inabarcable de complejidad. Algo así como si a la expresión “instrucciones para montar desde cero un ordenador” añades tras la primera palabra la aclaración “en eslovaco”.

Y es que el término cuántico nos retrotrae, además de a una fórmula barroca – rococó que parecería extraída de la pizarra de Sheldon Cooper, a aquello de las partículas físicas que podrían estar o no estar en vete tú a saber qué localización o no localización; vamos que no te pongas a buscarlas con Google Maps porque podría petar internet a nivel global. No olvidemos que al genio que quiso explicar estas locuras no se le ocurrió nada mejor que imaginar a un gato encerrado en una caja, que podía estar o no estar vivo o muerto, pero que no podías mirarlo porque si lo sabías influías en el resultado, y no sé qué movidas. Como metáfora no tendrá precio, pero como explicación está al nivel de lo del pulpo en un garaje. El caso es meter a los animaluchos en sitios, qué culpa tendrán ellos.

Y claro, si lo anterior lo llevas al terreno informático, estás definiendo automáticamente la filosofía del título de este blog. Así pues, estamos ante uno de esos temas que se corresponden con la intención de varias entradas antiguas que hicimos a nivel pseudo – divulgativo, en las que transitábamos en equilibrio precario por la ciénaga de la transmisión de conocimiento tecnológico, no sin frecuentes caídas de boca en el barro. Esas que daban lugar luego a exámenes de nuestro querido pulpo sobre dichos conocimientos (encima eso, qué poca vergüenza). Por lo tanto, tenemos ahora el reto de abordar uno de los temas cibernéticos más aperreados que uno pueda imaginar de todo el mundo digital, así que los gazapos y las risas están garantizadas…

La primera información relevante es de esas que quedan muy cool en un artículo científico – divulgativo aunque no se entiendan o no se expliquen más allá de lo que vendría a ser una clase introductoria a un curso de varios meses, pero hay que mencionarlas porque es un artículo científico – divulgativo, y hay que disimular, como haciendo creer que sabes. Porque, salvo que tú, lector, seas experto o entendido en informática, en cualquier otro caso que yo ahora te diga que la diferencia básica entre la computación clásica y la computación cuántica es que la primera se basa en el sistema binario representado por los “0” y los “1” de los bits y en la segunda la unidad básica son los “qubits” o “cúbits”, te va a dejar igual que estabas antes. O que ahora te explique que esos cúbits pueden ser las cuatro combinaciones de “0” y de “1” a la vez, y que se caracterizan por el entrelazamiento y por la interferencia, es como si a un niño le explico que “+” significa sumar y “x” multiplicar y que con eso ya sabe de matemáticas. Y mañana, examen del Pulpo.

qubit

Así pues, saltémonos tecnicismos, porque la alternativa a lo anterior sería desarrollar un post interminable o bien una serie de ellos, y no es ese el plan. La cosa es que, funcionen como funcionen los cúbits, estén o no localizados como el gato de Schrödinger, ese sistema de procesamiento de la información lleva a una velocidad de cálculo jamás lograda antes, y que sin embargo sigue en pañales respecto a lo que podría llegar en pocas décadas: Lo que los superordenadores más potentes de la era anterior tardarían miles de años en procesar, un ordenador cuántico de Google ya logró procesarlo hace dos años en apenas poco más de tres minutos. Si eso todavía tiene el potencial de ser superado con unas creces inimaginables en el futuro, es como decir que el pestañeo del que hablaba el calvo de la Fórmula 1 ya parece igual de largo que todas las temporadas de la serie Cuéntame juntas.

¿Y para qué tanta prisa? Pues para, por ejemplo, lograr la creación de medicinas en tiempo récord, descubrir nuevos materiales, o incluso averiguar el origen del universo; ahí es nada. Pero para explotar todo ese potencial hace falta pasar de los menos de 500 cúbits (sí, lo siento, otra vez el concepto técnico, es lo que hay) que manejan los procesadores cuánticos actuales a los 50 millones que darían lugar a la verdadera revolución cuántica (hace tres años eran apenas 50 cúbits). ¿Y por qué no se puede? Pues porque, de tanto procesar tan rápido, los procesadores cuánticos se calientan muchísimo más que los normales, muchísimo más que cuando tú echas humo haciendo la declaración de la renta. Eso provoca que, para refrigerarlos, haga falta un sistema de cableado, disipadores y demás chismes, que dan lugar a un cacharro final (ordenador cuántico) que es más enmarañado y pomposo que todas las luces de navidad de Vigo juntas: Tiene toda la pinta de un cachivache de científico loco en una película de ciencia ficción vintage, tipo La máquina del tiempo. Y eso, para procesar menos de 500 cúbits, con lo que calcúlalo para los 50 millones a que aspira esta tecnología…

La cuestión es que, tras los muchos miles de millones de dólares y de euros que se han invertido ya en investigación para la computación cuántica, harán falta muchos más miles de millones en el futuro para alcanzar ese objetivo calculado, o uno similar, y para eso hacen falta resultados positivos intermedios que animen a los inversores a seguir soltando pastizal. Como quiera que estamos en el llamado año de la incertidumbre económica, todo lo que tenga que ver con inversiones para la investigación podría ponerse difícil. Muchos temen un llamado “invierno cuántico”, en el que, tras el hype de los últimos años, la cosa se desfonde. Ahora bien, si la cosa tira para adelante, puede que dentro de un período calculado entre los 10 y los 30 años vivamos otra revolución digital que ríete tú de la que llevamos en las últimas dos décadas. Ni los gatos van a saber en qué caja meterse para deslocalizarse, ni los pulpos en qué nube para perderse…