Espejo Negro, episodio final

Rachel, Jack y Ashley Too

Amigo Pulpo, hemos llegado finalmente al último episodio emitido hasta la fecha de Black Mirror, esa serie que te has empeñado en reseñar episodio a episodio como si fueras Carlos Boyero. De hecho, cuánto vas disfrutar transmutándote en el ilustre crítico de cine precisamente para hablar de Rachel, Jack y Ashley Too

Y es que esta última historia del Espejo Negro es posiblemente la que más negativamente estupefacto te ha dejado, sin duda. A lo largo de todos los episodios has tenido tus altibajos con la serie, pero ninguno ha irritado más la tensión succionadora de tus ventosas, y manda narices que haya tenido que ser precisamente al final, para dejarte tan mal sabor de boca. Casi te parece irrelevante advertir que aquí va a haber SOPILERS, porque en realidad crees que haciéndolos le haces un favor a más de uno…

Aunque la enjundia tecnológica detrás del episodio parecía medianamente curiosa y podía haber dado más de sí, esta apenas es tratada en un inicio que sin embargo sólo empieza aceptable a nivel narrativo (luego empeorará con creces); después el trasfondo de la historia es una inefectiva crítica a la prefabricada industria del pop, y la parte digital ha quedado como una excusa. Los malos son tan exageradamente malos que da igual si lo que hacen lo hacen con dispositivos informáticos o con conjuros de brujería de fantasías Disney.

Al principio la cosa parecía que iba a ir sobre el uso de un robot que imita a una estrella del pop para llenar el vacío de una adolescente, con la reflexión (o el debate) acerca de la manipulación psicológica a que lleva el engendro. Luego el robot acaba hackeado (o más bien des – hackeado) para servir a la mencionada segunda parte de la trama, y de lo que parecía que nos querían contar al principio nada se supo después; no se puede hablar ni de trama abierta, porque sencillamente se acaban desentendiendo de ella, eclipsada por la otra parte. Así es como un guion te deja a dos velas, vaya.

Luego está lo de la credibilidad. Alfred Hitchcock se quejaba de cierto sector de su público, al que llamaba “mis amigos los verosímiles”, que criticaban cosas como que en la mítica Los Pájaros hubiera casualmente una ornitóloga en el mismo pequeño pueblo que era atacado por las aves. No le faltaba razón al inolvidable director al decir que pedir tal nivel de explicación narrativa que obligue a incluir escenas que lastren el ritmo de la película es propio de tiquismiquis. Pero una cosa es un detalle en toda una película, y otra muy distinta cuando una trama está tan llena de resoluciones inverosímiles que son estas las que lastran el ritmo, el interés y la paciencia del espectador, en este caso un pulpo más soliviantado que si lo fueran a servir con pimentón.

Veamos ejemplos de ello. La subtrama del padre concienciado con el bienestar de los ratones que hay que sacar de las casas con los controles de plagas, de entrada, como parodia es floja; pero si dicha obsesión es la excusa improvisada y metida con calzador para que no esté presente en la actuación de su hija, y que luego dicha ausencia no sirva absolutamente para nada en la sinopsis, entonces ya estamos perdiendo el tiempo. Y todo su búnker informático, que casi parece el de un hacker genial de la programación, para luego hacer ¡un ratón mecánico que lanza descargas eléctricas, que es como añadir a un juguetito barato de vendedor ambulante una pistola de esas que dan calambres! ¡Ole ole con el Steve Jobs animalista! La manera en que se revela la maldad de la tía y manager de la estrella pop, es una escena en la que el pulpo - Boyero no sabe ni cómo disimular su vergüenza ajena, con la traca final del envenenamiento premeditado; si uno vuelve a ver la conversación sabiendo que el envenenamiento ya ha sido operado, no hay por donde pillar el diálogo, sobre todo el histerismo histriónico de la villana que tan friamente lo había preparado todo. Que los malos controlen de esa forma lo que hacen en un hospital, así sin más, mosquea bastante; Que el mismo gorila que ha impedido a un médico entrar a su sala de cuidados intensivos sea el mismo que se deja engañar por dos adolescentes con argumentos de guion de Disney Channel, ya exaspera. La desconexión de la cantante, el que inmediatamente después se de un viajecito tras seis meses en coma inducido, etc… El episodio acaba siendo una autoparodia, y aunque algunos defensores del mismo puedan decir que es intencionada, es tan poco efectiva si se entiende así que, tanto si era involuntaria como si no, es exactamente involuntaria lo que parece, por pura torpeza narrativa. Máxime teniendo en cuenta que al principio tenía los suficientes elementos dramáticos como para que nos la tomásemos más bien en serio. Y si la segunda parte le funciona algún púber como aventurilla pretendidamente divertida, se pueden dar con un canto en los dientes. De esa forma, la crítica a la industria del pop queda diluida en medio de la (intencionada o no) autoparodia, con lo que la sátira casi parece que es contra un hater del pop, lo cual al pulpo no le gusta porque resulta que es más bien rockero.

Cyrus

Es una pena que algunas ideas interesantes sobre la tecnología queden tan desaprovechadas. Lo de componer música a partir de una plataforma informática que analiza la mente de la compositora en coma era un tema que tenía enjundia, pero al aparecer mostrado en medio de la falta de verosimilitud de la que hablábamos antes, acaba resultando otra parte más de la parodia, en la que en vez de flipar como en otras temporadas de Black Mirror, el pulpo más bien cree que los flipaos son los guionistas. Hay alguna idea aislada que sí funciona por sí sola, como la de convertir con la mesa de edición una canción punk o incluso hardcore en una canción pop, o como la del holograma de la artista que puede actuar en miles de conciertos simultáneamente, algo que por cierto, aunque no de esa misma manera, ya ha existido en la realidad, antes incluso de que se emitiera este episodio (y no sólo en el pop, también en el rock, como con el difunto Ronnie James Dio - este sí que le molaba al pulpo). Pero las ideas sueltas, por ingeniosas que sean, no ayudan gran cosa a una historia general con tintes de despropósito.

Pues nada, que el pulpo acaba con una calificación final que él mismo cree que incluso es algo benevolente, pero así evita polémicas y después de tantos meses no termina la serie que tanto le había llegado a gustar en plan excesivamente hater - Boyero, aunque no aprueba el episodio ni en broma; se escuda eso sí en ese aceptable inicio y en que Miley Cyrus trabaja bastante bien en el papel de la estrella pop estrellada. Y ya solo le queda ver la película interactiva Bandersnatch para culminar esta chaladura de saga crítica televisiva tecnológica. Próximamente en el blog…

 

Nota del pulpo: 4 / 10.