Finales del siglo XX. En el interior de un autobús urbano, los viajeros observan la calle por la ventana, leen algún libro o periódico, o simplemente esperan tranquilamente la llegada a su parada con la mirada perdida. De pronto, un sonido electrónico todavía poco común provoca la extrañeza de los presentes. Uno de los viajeros saca del bolsillo de su chaqueta uno de los primeros y aparatosos modelos de teléfono móvil de aquella época, y se pone a hablar de sus cosas cotidianas con un conocido suyo. Las reacciones de los demás van desde la perplejidad hasta el desprecio, pasando por las risas, la envidia, e incluso la vergüenza ajena.
Año 2016. En el interior de un autobús, los viajeros usan sus smartphones y tablets, viendo vídeos o fotos, trasteando con alguna app, comunicándose mediante mensajería instantánea o (los menos) realizando alguna llamada. De pronto, un politono obsoleto provoca la extrañeza de los presentes. Uno de los pocos viajeros que no sostenía en su mano dispositivo alguno, saca del bolsillo un viejo móvil 2G con teclado físico, sin pantalla táctil ni conexión a Internet (un dumbphone, vaya), e inicia una conversación; no se trata de un anciano, como suele ocurrir en estos casos (y sería por tanto menos sorprendente), sino de una persona más bien joven. Los pocos que no están suficientemente distraídos con su propio smartphone se percatan de ello, y las reacciones son de sorpresa en unos, de extrañeza en otros, y de cierta hilaridad en algún caso. Pero ahora, el que tal vez siente algo de vergüenza es el propio “discordante”.
¿Qué ha ocurrido en esos aproximadamente 25 años, al inicio de los cuales probablemente eran mayoría las personas que consideraban una excentricidad lo de hablar por teléfono por la calle, y al final de los mismos son mayoría los que consideran excéntrico al que no se renueva tecnológicamente? Tampoco es ésta una pregunta que no tenga respuesta, de hecho tiene muchas posibles, y algunas muy razonables, pero no deja de resultar curioso, a poco que nos paremos a pensarlo, hasta qué punto ha cambiado nuestra mentalidad en tan relativamente poco tiempo, salvo en una cosa: Seguimos siendo mayoritariamente gregarios, sociales, imitadores de lo que vemos a nuestro alrededor, y por lo tanto el mérito del cambio está en el visionario que adivina qué es lo que puede romper una tendencia previa aparentemente inamovible por sumisión social y darle la vuelta a la tortilla completamente.
Al margen de lo anterior, y de las personalidades que ejemplifican ese logro (los Steve Jobs y compañía), volver al plano psicológico del cambio de mentalidad da para reflexiones muy curiosas. En su sarcástico libro de ilustraciones “La ciencia de los cínicos”, Eduardo Salles expone lo que él mismo llama ‘el principio del móvil’, según el cual el aburrimiento es directamente proporcional al tiempo que pasamos mirando el móvil, e inversamente proporcional al tiempo que logramos evitarlo. Más allá de ésta fórmula, o de lo acertada o no que sea, lo interesante es que nos hace ver que el aburrimiento, lejos de haber desaparecido, ha pasado de ser –antes- un estado natural en nuestras vidas -entre hacer una cosa y la siguiente-, a ser –ahora- un estado de angustia y desolación que no logramos disipar (al contrario) si perdemos la cobertura; En otras palabras, el smartphone ha creado la intolerancia al aburrimiento (aunque también es verdad que ahora fuma mucha menos gente que antes, y de hecho hay quien considera el móvil el tabaco del siglo XXI).
Trasladando la teoría de Eduardo Salles sobre el aburrimiento al sentimiento de la vergüenza expuesto al principio, podríamos precisamente encontrar una de las razones del cambio, del convencimiento a las masas de la revolución digital, y por ende del éxito comercial del sector. Se trataría no sólo de cambiar la variable ‘aburrimiento’ por la variable ‘vergüenza’, sino de prolongar la variable ‘tiempo’ a una cuestión de meses, o incluso años: la vergüenza es directamente proporcional a la frecuencia con que cambiamos de smartphone con tal de que no nos miren raro, e inversamente proporcional al tiempo que prolongamos el uso de un mismo móvil. O, en otras palabras, si sigues con un Nokia o con un Motorola de antes de la guerra (de Irak), eres un sinvergüenza -con perdón-, o al menos eso deben pensar los que viven del NASDAQ.
Post by Albert