La paz de la naturaleza... cuando no hay WiFi

El síndrome de abstinencia tecnológica

Da gusto salir al campo: El silencio, la tranquilidad, la armonía de la naturaleza y... ¡¡y ese p... niño que no se calla!! Así es como comencé a presenciar una escena dantesca este fin de semana. Y el detonante del asunto, que es el motivo de este post, fue la tecnología.

El caso es que, mientras paseaba por el monte, de lejos ya escuchaba una voz quejumbrosa, llorosa, replicada por otra autoritaria y cabreada. Algo más adelante pero aún a cierta distancia, veía venír por el mismo camino, en sentido opuesto, a una familia encabezada por la madre y seguida algunos metros por detrás por el padre y dos hijos. Ya empezaba a distinguir lo que balbuceaba el menor de ellos (unos 11 ó 12 años tendría): "¡¡Por favooooor!!", y a la madre: "¡He dicho que no!", y de nuevo al niño, entre sollozos desesperados: "¡¡Lo necesitooooo!!", y de nuevo la madre: "Haberlo dejado de necesitar antes", y otra vez el niño, aún más histérico: "¡¡¡Pero si es sólo mirarlo un momento y ya si quieres lo desconectaaaaas!!!", y finalmente la madre: "¡Eso es lo mismo que dices cada vez que vuelves a entrar!". Ya a mi altura, la madre pasó con cara de pocos amigos, el niño se tranquilizó un poco, fue disimulando su estado mientras se restregaba la cara para secarse los lagrimones, la familia al completo se fue alejando hacia el otro lado, y al poco rato otra vez el chavalote empezó a montar el pollo... Pobre, pensaba yo, cuando vea que más adelante no hay conectividad ninguna, lo mismo le acaba por dar un espasmo...

Ya hemos hablado anteriormente sobre la adicción al móvil, tanto servidor de ustedes en esta entrada como, mucho tiempo antes, mi compi Rachel en esta otra. Puede que no quede mucho más que decir, al menos de momento (ya veremos en lo que se convierte el llamado "tabaco del S XXI" dentro de unos años), pero sí me gustaría aportar algún detalle más de esa fuente de la que nutrí mi mencionada entrada, que es el libro (ya lo he terminado) En defensa de la conversación de Sherry Turkle, aprovechando esta anécdota vista el otro día, que supongo que se parece a lo que no pocos habréis vivido de manera más o menos cercana, y así lo pongo en relación.

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El detalle de la discusión familiar que más me gustó fue la frase de la madre "haberlo dejado de necesitar antes", una respuesta inteligente que -intencionadamente o no- deja entrever lo que nos pasa muchas veces: ¿En qué momento se acaba lo "necesario" y lo sustituímos sin darnos cuenta por lo que creemos "necesario"? ¿Qué es lo que ocurre en realidad cuando se pasa esa frontera? Pues que cuando ya hemos hecho con el móvil lo que necesitábamos aparece el aburrimiento, y con él la ansiedad por evitarlo: Ya no necesitamos algo, necesitamos necesitar algo, para tener una excusa para seguir usando el móvil. Turkle lo explica diciendo que las personas adictas al teléfono no sólo quieren lo que les ofrece el dispositivo, sino que también desean lo que les permite evitar: El aburrimiento y la ansiedad que les provoca lo que hay "fuera" de la conexión, en el mundo físico. Por mucho que a mí me guste el campo, a ese chaval no parecía apetecerle tener que andar aburrido por el monte, porque encima es algo que cansa y no divierte (por lo general) a muchos chicos de su edad. Es algo que he visto ocurrir muchas veces, a lo largo de muchas excursiones por la montaña desde hace muchos años. Pero el añadido de la ansiedad por no poder evitarlo con el móvil es algo nuevo, y creo no exagerar si os digo que el estado en el que estaba ese chico estaba por encima de lo que recuerdo haber visto hasta ahora.

Ahora bien, si hablamos de niños, evidentemente la responsabilidad está en los padres. Varias de las personas con que se ha entrevistado Turkle reconocen que se aburren en situaciones como "bañar al niño", "llevarlo a pasear por el parque", "jugar con él a la pelota", etc., y se distraen compulsivamente, casi sin darse cuenta, con sus dispositivos móviles, desatendiendo parcialmente a sus hijos. En otra parte del libro nos describen las posibles consecuencias: El no estar completamente atento a la conversación presencial, debido a la distracción del móvil, se ha convertido en una nueva normalidad. Muchos adolescentes que han hablado con la psicóloga valoran positivamente cuando sus amigos apagan el móvil para prestarles toda su atención, y les gustaría que ocurriera más a menudo; sin embargo, no se atreven a pedírselo: tal petición está mal vista, distraerse con el WhatsApp o con el Facebook es lo que está bien visto. Y algunos se lo confiesan explícitamente a Turkle: tratan a sus amigos de la misma manera que aprendieron de sus padres hace unos años. Y otros añaden: "No somos tan fuertes como para resistirnos a la atracción de la tecnología".

Abstinencia

Pero, tal y como explica la autora del libro, en la nueva cultura de la comunicación hiperconectada, la interrupción no se experimenta como una interrupción, sino como otra conexión. Turkle ilustra cómo esto ha alcanzado a todo tipo de esferas, incluyendo las más altas, poniendo el ejemplo de la distracción que el senador norteamericano John McCain se permitió cuando se puso a jugar al póker online mientras el Senado debatía nada menos que sobre la crisis de Siria, que a él posiblemente se la traía al pairo y por lo tanto le aburría. Su respuesta cuando fue pillado refleja lo que está bien y mal visto hoy en día, tal y como hemos dicho antes: se burló de las críticas por haberse "entretenido sólo un rato" en medio de una sesión de tres horas y pico, y hasta bromeó diciendo que lo peor de todo es que había perdido la partida. Supongo que a alguno se os habrá venido a la cabeza cuando aquí vivimos un momento parecido con Celia Villalobos y el  Candy Crush... Ahora yo me imagino a una entidad superior a McCain o a Villalobos, por ejemplo el presidente de los EEUU y el Rey de España, respectivamente, quitándoles el móvil al senador y a la diputada, y habría que ver si éstos empezarían en plan: "¡¡Por favoooooor!!, ¡¡Lo necesitooooo!!, ¡¡Que ya iba a pasar de niveeeeeeel!!".

Volviendo al campo en el que empezó este post, una de las cosas que se refuerzan en la naturaleza es la conversación (la real, la del cara a cara y mirar a los ojos). Ese niño, y otros muchos, podrían aprovechar un simple paseo en medio de la tranquilidad del bosque para hablar con sus familiares, con sus amigos, sin que un dispositivo los interrumpa; el ambiente se presta a ello, pues el propio paisaje es un elemento que acompaña entreteniendo pero sin distrater; y si además no hay WiFi, razón de más. La tecnología nos permite estar en cualquier lugar en cualquier momento; el campo es un lugar que invita a no sentir la necesidad de estar en otro sitio, que era lo que ocurría cuando los móviles no nos mantenían hiperconectados, y las conversaciones presenciales sin interrupciones satisfacían la necesidad de estímulos en nuestro cerebro. Esa conversación tradicional no puede competir con el menú contínuo de estímulos que ofrecen los móviles, infinitamente entretenido.

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Así pues, estamos en la disyuntiva de sustituir, en mayor o en menor medida, la conversación profunda y empática con personas importantes de nuestras vidas, por una charla interrumpida por un chute de estimulantes digitales. Los avisos de mensajes, etc., nos atraen y distraen porque llevan una especie de promesa de gratificación emocional, recibimos recompensas neuroquímicas al entrar y ver que "hay algo nuevo". Y más que una debilidad, Turkle lo describe como una respuesta previsible a un diseño perfectamente ejecutado. Las APPs están pensadas para manternernos constantemente atentos al móvil, ya que de ese grado de atención se lucran directamente las empresas que las lanzan, más que del grado de resolución de problemas que nos ofrezcan (que en muchos casos también será admirable, tampoco hay por qué negarlo).

Pero ahuyentemos al tecnófobo que llevamos dentro. Como también se insiste en el libro, no se trata de volvernos haters de los móviles y mandarlos a tomar viento. Queremos aprovechar lo bueno de la tecnología, queremos disponer de ella: Aprendamos a usarla de forma sana y responsable. Y con respecto a lo que alguno pensará que es una "conspiranoia" contra las grandes compañías tecnológicas, algún ingeniero de alguna de las más punteras ha reconocido que sería más humano crear un estándar de fabricación según el cual el diseño de la tecnología se basara en que el usuario obtenga el mayor aprovechamiento y no en que el usuario lo use el máximo tiempo posible, que es como se hace ahora.

Pues nada, ojalá se pongan de moda esos estándares de consumo tecnológico responsable: Los chavales sufrirán menos ansiedad en los paseos por el campo (y darán menos la turra), y de paso se evitarán castañazos y demás accidentes sufridos por los llamados "zombies móviles", que es otro asunto precupante de nuestros días... :

Post by Albert