Hoy me voy a sumergir (superficialmente, no os asustéis) en esos terrenos que hasta hace poco sonaban a ciencia ficción y que ahora, aunque pueden seguir creando algo de miedín al futuro, empiezan a aparecer cada vez más como una realidad cercana. Ya hemos hablado en alguna ocasión de la modificación de la inteligencia humana a través de la tecnología, y un reciente artículo nos permite profundizar un poco más.
Sin ánimo de entrar en distopías ni apocalipsis tipo Matrix, no puedo negar que el tema me resulta un tanto inquietante, pero al mismo tiempo creo que conduce a reflexiones bastante interesantes sobre qué es exactamente la inteligencia, y en qué medida la tecnología la potencia o tal vez la sustituye, y si lo uno o lo otro a la larga será para bien o para mal. Aquí vamos a hablar sobre los implantes de memoria artificial en el cerebro.
Lo primero que hay que considerar es que una parte de todo esto ya lleva ocurriendo, en diferentes medidas, desde que los móviles, y antes los ordenadores, irrumpieron en nuestras vidas. Más de una conversación habremos tenido con conocidos acerca de cuando (tipo abuelos cebolleta) recordamos que antes se nos quedaban grabados en la memoria (del cerebro natural) todos los números de teléfono de familiares y amigos. Esto ya se puede decir que forma parte del pasado, gracias a la agenda digital del móvil.
En el artículo arriba enlazado (no pasa nada, os lo pongo otra vez aquí) se habla de los generadores de pulso implantables (IPG) o neuro estimuladores, que envían impulsos eléctricos a puntos específicos en el cerebro para el tratamiento de trastornos como la enfermedad de Parkinson, el temblor esencial, la depresión mayor y el trastorno obsesivo-compulsivo. No es la visión peliculera – futurista de la tarjeta de memoria introducida en el cráneo, ni su objeto parece ser el crear un súper – ordenador en maravillosa comunión simbiótica con el cerebro, pero da lugar a ideas que podrían ir más allá (como suele ocurrir también en ciertas películas, con el típico científico loco que pierde los papeles y el experimento se le va de las manos por su exceso de ambición).
Pero de momento lo que hay parece tener, en principio, buenas intenciones e incluso muy buena pinta. Ya a finales del año pasado supimos de alguna noticia acerca de este asunto, cuando un grupo de 20 voluntarios se prestaron a tener electrodos implantados en el cerebro para tratamientos de epilepsia. Y los resultados no fueron cuestión baladí: la estimulación consiguió mejorar la capacidad de memoria a corto plazo de los pacientes en más de un 15%, y la memoria operativa en casi el 25%. También se han conseguido mejoras en los sentidos a través de tecnologías de este tipo, como es el caso del oído y la visión: sordos y ciegos que oyen y ven por primera vez en su vida. Quién puede negar lo positivo de todo esto.
Pero claro, también puede haber consecuencias negativas (los llamados efectos secundarios). En el artículo de referencia inicial (ya me he cansado de enlazarlo una y otra vez, lo siento, qué poca vergüenza tengo y qué vago soy), se explica que los implantes se pueden hackear, al estar su funcionamiento sujeto al uso de software. Por otro lado, hay informes que describen la posibilidad de apatía, alucinaciones, ludopatía, hipersexualidad, disfunción cognitiva y depresión. Sin embargo, estos efectos pueden ser temporales y estar relacionados con la correcta colocación y calibración del estimulador siendo así potencialmente reversibles (Wikipedia).
Y luego está la ética (nunca puede faltar), y sigo con Wikipedia: Algunos transhumanistas consideran a los implantes en el cerebro como parte de un próximo paso en el progreso y la evolución de los seres humanos, mientras que otros, especialmente los bioconservadores, lo ven como algo antinatural, con la humanidad perdiendo sus cualidades humanas esenciales; se afirma que los implantes técnicamente son similares a modificar a las personas y convertirlas en organismos cibernéticos (ciborgs).
¿Y si a la gente le hace ilusión llegar a ser un ciborg? Habría que hacer una encuesta; seguramente saldría claramente en contra de la idea, pero eso sí, pasarse todo el día pegado al teléfono inteligente, como si ya formara parte nuestra, parece que nos encanta. Es lo mismo que si hubiéramos hecho una encuesta hace 25 años sobre la escasa gente que usaba móvil entonces, ¿acaso dudáis que habríamos respondido en contra de ellos?
La verdad es que lo de insertar tarjetas de memoria en el cerebro puede dar para reflexionar y escribir mucho más, incluidas posibles situaciones más o menos cómicas que tal vez quedarían graciosas en este blog si yo fuera por ejemplo Eduardo Mendoza. Como ni lo soy ni lo pretendo, ni tampoco tengo el día especialmente ingenioso, lo dejaré para otro día. Hoy ya ha salido una entrada lo suficientemente larga sobre la parte más bien seria del asunto.
Post by Albert