¿Tecnología igual a tontología?

Los cambios en el uso de nuestro cerebro

Hablábamos hace poco acerca de las polémicas surgidas en nuestro tiempo respecto al mundo de las nuevas tecnologías, y una de las que mencionábamos más de puntillas se refería al debate mismo entre tecnófilos y tecnófobos. Entre los muchos temas que alimentan esta discusión está el de si la vida digital está descargando a nuestro cerebro de buena parte de su trabajo y, como consecuencia, nos está tal vez convirtiendo gradualmente en menos inteligentes. Dicho de otro modo: ¿A más smart el smartphone, menos smart su usuario...?

Vaya por delante que, como siempre intentamos (lo cual no significa que lo consigamos), la idea es tratar el tema sin posicionarnos excesivamente; otra cosa es que, para darle vidilla o mostrar nuestra gracia sin par, a veces se nos vaya de las manos. Disculpas anticipadas, si vuelve a ser el caso (que probablemente sí). O sin disculpas, ¡qué leches!

No pocas veces, no pocos profesores nos decían en el colegio que el cerebro es como un músculo, y que como tal conviene ejercitarlo. De esa manera, memorizar sería algo así como salir a correr (antes footing, ahora running, en un futuro ya inventarán otra denominación más cool). Claro, muchos dirán que corriendo te lesionas, dañas las articulaciones, te puede dar un soponcio, etc., mientras otros alegan que la vida sedentaria es perjudicial para el sistema cardiovascular. Quizás ocurra algo parecido entre los partidarios de usar la cabeza y los adeptos de delegar en la RAM.

Este artículo relativamente reciente recopila una serie de datos y conclusiones de estudios acerca del asunto. Por ejemplo, , un estudio de la Universidad de McGill, en Canadá, revela que los conductores habituados a usar el GPS registraban menos actividad en la región del hipocampo del cerebro que aquellos que conducían sin GPS. Esto me recuerda a una noticia de un accidentado debido al uso al pie de la letra de un GPS hace ya unos cuantos años, cuando los GPS para coches a nivel comercial todavía no estaban muy bien desarrollados, con lo que al poco uso del hipocampo por parte del conductor se sumó que su tecnología aún no era muy “smart”: El GPS le dijo que se metiera por ese camino de tierra de mala muerte, él no quiso contradecirlo, y acabó despeñado por un barranco. Lo cierto es que el uso de los tradicionales mapas de carreteras obligan a que uno mismo desarrolle su propia habilidad para la orientación. Otro tanto puede decir el que esto escribe acerca del uso de ambas opciones en el montañismo, y puedo asegurar que sentir que sé orientarme por mi mismo sobre el terreno es uno de los mayores placeres que existen dentro de esa afición, y por nada del mundo me gustaría perderlo en detrimento de una app que lo hiciera por mí.

Un estudio publicado por la revista Science, reveló que la gente recuerda peor la información que saben que tienen almacenada en algún dispositivo o en internet (números de teléfonos o fechas de cumpleaños que antes nos sabíamos todos, por ejemplo). Así, en lugar de recordar la información, sólo recordamos cómo acceder a ella. Este hecho puede perjudicarnos cuando nos enfrentamos a retos complejos en nuestro día a día. Esto enlaza con lo que hablábamos antes sobre la conveniencia o no de ejercitar la memoria. Los partidarios de descargar ese esfuerzo sobre la tecnología suelen argumentar que si nuestros dispositivos se ocupan de tareas rutinarias, nosotros podremos dedicarnos a tareas más complejas. Pero si la innovación tecnológica sigue su desarrollo y la inteligencia artificial se hace cada vez más capaz y eficaz, ¿no podría llegar un momento (en un futuro más o menos lejano) en que pudiera abarcar todas las tareas posibles, o incluso más de las que nosotros mismo podemos asumir? ¿Qué nos quedaría entonces a nosotros? ¿Alguien se ha parado a pensar dónde puede estar el límite, o si lo hay, o si queremos alcanzarlo (o nos conviene)?

Personalmente, siempre he pensado que el beneficio o perjuicio de las nuevas tecnologías, como de cualquier herramienta a lo largo de la historia, depende más del uso que le demos que de su potencial. Creo que un smartphone en manos de alguien inteligente será usado de manera inteligente, y en manos de alguien sin dos dedos de frente, pues al contrario. De qué manera puede cambiar la inteligencia del dueño en uno y otro caso, no lo tengo muy claro. Lo que me asusta es aplicar esto al conjunto de la sociedad, a “las masas”: Es un poco como la democracia, que en principio es buena y todos la preferimos, pero no garantiza ser bien usada por los ciudadanos, como ya hemos visto en algún que otro ejemplo últimamente...

Este tema da para muuuhas entradas, no descarto otras futuras. Pero, sobre todo, vendría muy bien vuestro punto de vista, y por ahí tenéis nuestras Redes Sociales... Ahí lo dejo...

Post by Albert