No es que yo tenga cuentas de Internet por doquier, pero entre correos electrónicos personales y de diferentes trabajos, foros de discusión, streaming de música, almacén de fotos o alguna plataforma de compra on-line, las contraseñas acaban siendo unas cuantas a lo largo del tiempo, más aún si añadimos la conveniencia de cambiarlas alguna vez. Vamos, que al final es un galimatías de nombres, números y letras. Y no, yo no soy de los que se quedan tranquilos con lo del “1,2,3,4,5...”. Al revés, más bien me complico en exceso... os cuento...
Me adentré en el mundo de las contraseñas de cuentas de Internet con una referencia friqui, propia de aquellas edades: El nombre de cierto escenario carismático dentro de una de esas películas con legiones de fans. Cuando tuve que abrir una segunda cuenta, para la nueva contraseña le añadí a ese nombre nada menos que el código PIN de mi primer móvil, y para la tercera hice lo mismo con el PIN del segundo.
A partir de ahí, empezaron las combinaciones: Me sirvieron los dos PIN, puestos en sus dos posibles órdenes, para dos nuevas contraseñas. Luego empecé a combinar esos PINs con altitudes de montañas a las que he subido. Más tarde se me ocurrió usar también fechas de eventos históricos, nombres de músicos o artistas y sus años de nacimiento, etc, todo ello combinado entre sí. Todo aparentemente muy bien, poco accesible a hackers, pero sin darme cuenta me estaba metiendo en unos líos tremendos de permutaciones de varios elementos que acababa dando lugar a demasiadas combinaciones posibles, con la consiguiente retahíla de pruebas – error, dando palos y más palos de ciego al tratar de entrar de nuevo en las cuentas: ¡Me lo había puesto más difícil a mí mismo que a los ciberdelincuentes! Con todo, el caso más ridículo es el de una cuenta de la que recordaba perfectamente la compleja contraseña, pero no el nombre de usuario... ¡vaya tela!
En una pesadilla, podría llegar a visualizar, al más puro estilo de John Forbes Nash, el matemático esquizofrénico de la película Una mente maravillosa, un auténtico laberinto de números, datos y nombres: Me creería que soy alguno de los músicos usados en mis contraseñas, pero no sabría si mi año de nacimiento sería la altitud del Kilimanjaro o un código PIN de un móvil. O podría estar subiendo a alguna montaña de los Alpes y de repente encontrarme perdido en un planeta de Star Wars... en cualquier lugar, menos en el sitio de Internet buscado.
Supongo que, para muchos de los que leen esto, hace mucho rato que habéis pensado: ¡pero alma de cántaro, usa un programa de administración de contraseñas! Pues lo intenté, no vayáis a creer. Me apunté a un servicio online para esto y, efectivamente, me ocurrió lo que estáis pensando...: olvidé la contraseña para entrar en él...
¿Y vosotros, cómo os apañáis con el tema?
Post by Albert