Como contrapunto a la reciente entrada en la que comentábamos estudios sobre posibles efectos adversos del uso de la tecnología sobre el uso de nuestro propio cerebro, vamos hoy a mostrar otra perspectiva en principio de intenciones más optimistas, aunque tampoco deja de crear dudas e incluso provocar miedo a los más susceptibles. Y me viene que ni pintado el tema, porque hace poco lo ha puesto en la palestra el señor Elon Musk.
El conocido ingeniero y empresario sudafricano, líder de polifacéticas iniciativas de nuestro tiempo (lo mismo te inventa un sistema de pagos online como PayPal que te crea una marca de coches eléctricos como Tesla o te monta un proyecto para colonizar Marte como SpaceX), ha decidido que su nueva preocupación debe ser preparar al ser humano para que la Inteligencia Artificial no acabe superando a la nuestra propia y natural. De entrada, y al margen de la credibilidad que queramos darle, esto ya da a entender que algo de lo que servidor explicaba en esa anterior entrada debe ser cierto: Los dispositivos van siendo cada vez más “smart”, y nosotros cada vez lo vamos siendo menos, al ser sustituidos en buena medida por ellos.
La idea de Musk consistiría en un denominado “cordón neural”, que mediante electrodos estimularía el cerebro, potenciando su capacidad cognitiva. Tampoco se trata de algo ni mucho menos nuevo, hace unos cuantos años que se habla de sistemas muy similares; sin ir más lejos, ya nos lo contó en más de una ocasión el entrañable Eduard Punset, antes incluso de anunciar pan de molde -Añado esta referencia, además de para introducir el chascarrillo, para que quede claro el fino hilo que separa a veces la ciencia de la pseudo-ciencia, si es que son siempre distinguibles-. Neuralink, que así llama el inventor multimillonario a su proyecto, iría dirigido en un primer momento a tratar enfermedades como la epilepsia, la depresión, el Párkinson o el Alzheimer, pero a la larga podría ser usado para mejorar la inteligencia de cualquier persona.
Así pues, yo diría que podríamos establecer cuatro tipos de inteligencia que podrían convivir de aquí a un futuro (ya sea más cercano o lejano): 1. La natural, la de toda la vida, la que nos ha llevado hasta aquí desde que el mono de 2001:Odisea en el espacio tirase el hueso al espacio. 2. La artificial, la tecnológica, la de los dispositivos, redes, nubes, software, robots y demás elementos del mundo digital de nuestros días. 3. La natural estimulada con electrodos, que es la que Musk propone como forma de no quedarnos por detrás de nuestro propio invento. Y una cuarta, hasta ahora no mencionada en este artículo, pero que en realidad engloba las anteriores, porque de hecho sería la integración total entre ellas, y de la que me propongo hablar a partir de ahora. Además, su consecuencia podría ser como cerrar el círculo mencionado de 2001: Odisea en el espacio (pero mejor leer el libro de Arthur C. Clarke que ver la película de Stanley Kubrik si se quiere entender…)
La cuestión es que si ahora parte de nuestra inteligencia está en ese aparatito que llevamos todo el día encima, con razón llamado teléfono inteligente, y de hecho buena parte del tiempo lo tenemos pegado a nuestra mano mientras nosotros fijamos la vista y la atención a su pantalla, ¿cuánta separación hay entre eso y que la tecnología se integre directamente dentro de nuestro cerebro? ¿Ciencia o ficción? (Lo digo porque nuestro querido Punset también lo mencionó en alguna ocasión…) No deja de ser una paradoja que la Inteligencia Artificial se haya desarrollado tratando de imitar el funcionamiento de la redes neuronales humanas naturales (fíjate hasta qué punto reconozco que me “emparanoio” con el tema que ya necesito poner el adjetivo “natural” donde antes nunca habría hecho falta –habrá que ver en un futuro-). Ahora podría empezar a tocarnos a nosotros imitar o integrar parte de lo que la tecnología nos ha enseñado, quién sabe. Si a tu ordenador le añades más discos duros, o le cambias las tarjetas gráficas, etc., y siempre que no petes su motor (que también puedes mejorar y potenciar), al final te sale más capaz, más “listo”. Si a tu cerebro le integras cosas similares, pues oye, lo mismo hasta podrías sacarte tres carreras y otros tantos másters en el tiempo en el que antes aprobabas un curso de secundaria con chuletas. Pero, ¿lo estaría haciendo tu materia gris o tu CPU añadida? ¿Serían ambas distinguibles? ¿Cuál imitaría a cuál? ¿Cuál potenciaría a cuál? ¿Tendría eso importancia? ¿Nos importa si tiene importancia, o sobre todo le importa a los que quieren vendérnoslo, como el multimillonario Elon Musk? No, si será por ganas de polemizar…
De todo este asunto, que en el fondo yo creo que es un viaje que ni el más sabio debe saber a dónde nos va a llevar exactamente (como nos ha pasado durante toda la historia de la humanidad), el artículo que más me ha impresionado es este. En él se sugiere otra imaginable consecuencia de todo lo anterior, que es el hecho de conseguir la tan ansiada inmortalidad, no como concepto exclusivamente biológico, sino como conservación perpetua de nuestro ser intelectual en una versión digital, con toda nuestra memoria acumulada y almacenada en sistemas informáticos. Recomiendo encarecidamente dicho artículo, además de leer el libro de Clarke (y ver la película de Kubrik). A mí me da la sensación de que la actual revolución tecnológica, en relación a esos referentes, parece confirmar el camino hacia el superhombre inmortal que propuso Nietzsche. No digo que esté de acuerdo con esa filosofía, ni mucho menos estoy seguro de que realmente se llegue a materializar, pero de momento me huele a mí que el pensador alemán está en camino de ser tan “influencer” (lo sepa la gente o no) en el futuro próximo como lo fue en el siglo XIX.
Post by Albert